[testimonial category=»Tribus Urbanas» type=»static»][/testimonial]

[dropcap type=»circle» color=»#ffffff» background=»#555555″]L[/dropcap]os estudios existentes sobre tribus urbanas adoptan fundamentalmente dos tipos de enfoques: el sociológico-antropológico que intenta ubicar el fenómeno de las nuevas culturas juveniles dentro de procesos sociales, históricos y culturales más amplios, que son la mayoría; y un grupo menor de trabajos que desde un enfoque psicológico intentan ligar la adhesión de los adolescentes y jóvenes a las tribus urbanas con las características propias de esta etapa del ciclo vital. A estos estudios académicos podemos sumar el abordaje de los medios de comunicación que en los últimos tiempos se han ocupado de las tribus urbanas desde un enfoque que en la mayoría de los casos se enmarca en la cultura del espectáculo y el sensacionalismo, pero que de alguna forma han tenido el mérito dar visibilidad a las tribus urbanas y a los jóvenes en un nivel social más amplio.

 

Como terapeutas familiares nos interesa acercarnos a las tribus urbanas desde un pensamiento complejo que nos permita dar un bucle recursivo hacia lo que consideramos un “punto ciego” en estos estudios: las tramas familiares.
Hoy pensamos la subjetividad como historia y devenir. Cada uno deviene sujeto en una trama relacional con sus otros significativos, y es en esa trama en la cual se teje la historia de sí que cada uno se cuenta a sí mismo y a los otros. Narración que ha sido co-construida y recortada a partir de las propias vivencias en un espacio de experiencias compartidas con aquellos otros que a su vez confirman o no nuestra imagen. La familia como un todo produce, en el curso de su ciclo vital, un relato compartido que combina los recursos para el crecimiento individual de cada uno de sus miembros con las expectativas recíprocas de continuidad. Y en este sentido, la diferenciación individual se plasma en este doble proceso que, por un lado, busca la autonomía y, por otro, necesita la pertenencia a un relato compartido y avalado por esos otros significativos que confirman nuestro ser.
Nos interesa pensar la adhesión a una tribu urbana dentro de este proceso de autonomía y pertenencia, que solo cobra sentido a la luz del relato de sí que se enraíza en la trama relacional familiar y social.

 

Tomando al adolescente como “nodo” de una red relacional formada por varias tramas convergentes – la familia, el grupo de pares, la sociedad – , nuestra hipótesis es que el fenómeno de las tribus urbanas se inscribe en el interjuego de las narraciones que construyen las nuevas subjetividades juveniles.
Estas narraciones se apoyan en la configuración de las experiencias vividas en los distintos niveles relacionales en función de los procesos de inclusión-exclusión, identidad-diferencia, pertenencia-autonomía.
En este sentido, la adhesión a determinada tribu urbana aparece como una forma particular de configurar la propia subjetividad que brinda la posibilidad de construir un relato de sí que liga nuevas narraciones sociales con las ya conocidas narraciones familiares dentro de las cuales la subjetividad del adolescente estaba siendo construida. De ahí que en los casos investigados en el ámbito de la clínica, encontremos una correlación entre la ética y la estética familiar y la tribu de pertenencia.

 

Las tribus urbanas como una nueva forma de la política

 

En relación a las culturas juveniles, la socióloga mexicana Rossana Reguillo Cruz considera que las utopías revolucionarias de los setenta, el enojo y la frustración de los ochenta, han mutado, de cara al siglo XXI. Los jóvenes de hoy se han autodotado de formas organizativas que actúan hacia el exterior, en sus relaciones con los otros, como formas de protección y seguridad ante un orden que los excluye y que; hacia el interior, han venido operando como espacios de pertenencia y adscripción identitaria, a partir de los cuales es posible generar sentido en común sobre un mundo incierto, una nueva forma de “estar en el mundo”.

 

La anarquía, los graffitis urbanos, los ritmos tribales, la búsqueda de alternativas y los compromisos itinerantes, deben ser leídos como formas de actuación política no institucionalizada y no como las prácticas mas o menos inofensivas de un montón de desadaptados, como muchas veces son presentados por los medios de comunicación.

 

La dificultad para construir un colectivo juvenil que sea capaz de llevar a cabo acciones políticas en común que tengan efecto en el campo de lo social se trasluce en la fragmentación de las culturas juveniles en diversos grupos o “tribus”. Estos nuevos grupos de pertenencia, a los que genéricamente llamamos “tribus urbanas”, están organizados en torno a determinados consumos culturales y a una estética propia que los diferencian de los otros grupos: la ropa, el peinado, la música, los lugares a los que concurren y en los que transcurren su tiempo libre, etc.

 

Las culturas juveniles actúan como expresión que codifica, a través de símbolos y lenguajes diversos, la esperanza y también el miedo. En su configuración, en sus estrategias, en sus formas de interacción comunicativa, en sus percepciones del mundo hay un texto social que espera ser descifrado: el de una política con minúsculas que haga del mundo, de la localidad y un mejor lugar para vivir.
Aunque podemos encontrar un antecedente de los estudios sobre subculturas urbanas juveniles en las investigaciones realizadas por la sociología norteamericana a partir de las décadas del ‘20 y ‘30 sobre las pandillas y las bandas, el fenómeno de neo-tribalización de la sociedad fue descrito recién a fines de los ‘80 por Michel Maffesolli en su libro “El tiempo de las tribus. El declive del individualismo en la sociedad de masas”. Michel Maffesoli va a plantear que el eje fundamental de estas nuevas agrupaciones gravita sobre una contradicción básica y característica de la sociedad moderna: auge de la masificación v/s proliferación de microgrupos. Por un lado, la masa, y por el otro, la noción y el fenómeno de las Tribus Urbanas como una respuesta al proceso de “desindividualización” consustancial a las sociedades de masas, cuya lógica consiste en fortalecer el rol de cada persona al interior de la agrupación.

 

Los valores específicos de estos grupos están asociados a:

 

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  • Autoafirmación de la subjetividad en y con el grupo.
  • Apropiación y defensa de la territorialidad, de la ciudad como espacio simbólico donde se construye identidad.
  • Predominio de las experiencias estético/sensibles, lo sensorial (lo corporal, lo táctil, lo visual, la imagen, lo auditivo, etc.).

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Según Maffesoli el proceso de neotribalización contemporáneo tiene dos rasgos básicos:
1.Las tribus urbanas son Comunidades Emocionales: lo determinante de este elemento se vincula al carácter predominantemente afectivo/emotivo que se fragua al interior de estas agrupaciones, remodulando –frenando- el imperio de la racionalidad formal que predomina en la intemperie de las grandes metrópolis contemporáneas.
2.La Fisicidad de la Experiencia : el espacio físico –la urbe- se transforma aquí en un factor determinante en la conformación del entramado biográfico intersubjetivo. El espacio como artificio cultural que permite “formatear” la dimensión existencial del ser. Lo significativo aquí parece ser que a mayor globalización y cosmopolitismo metropolitano, mayor será el deseo de identificación espacial localista e intimista.

 

Desde los años 90 a nuestros días, las tribus urbanas fueron ocupando distintos lugares de la ciudad de Buenos Aires a los que constituyeron como “su” territorio. La galería Bond Street y la plaza frente al Palacio Pizzurno se convirtieron en lugar de encuentro de las tribus urbanas que más apuestan a la diferencia estética, y así todos los fines de semana se reúnen punks, darks, góticos, emos, alternos, y otras tribus urbanas fácilmente reconocibles por una estética llamativa, a la vez que contestataria.
Lo mismo sucede en el Shopping Abasto, donde desde hace un tiempo se reúnen distintas tribus urbanas en días de la semana preestablecidos. Los primeros en tomar este territorio fueron los floggers (palabra que deriva de “fotolog”, página personal en internet en la cual se exponen fotos y experiencias personales), quienes también comparten territorios virtuales en la red y que se dan cita todas las semanas “para encontrarse en el espacio real”. El Shopping Abasto fue elegido porque su ubicación geográfica permite el fácil acceso de chicos desde distintos lugares de la ciudad y el conourbano.

 

Según Costa, Pérez y Tropea (1997) la Tribu Urbana funciona como una micro-mitología, una pequeña gran historia, un micro-relato que contribuye en la construcción de identidad y que provee a los sujetos de un esquema comportamental que permite romper el anonimato. Se compone de un conjunto de juegos, rituales y códigos representacionales que suponen la transgresión a las reglas socialmente instituidas. Constituyen un dispositivo discursivo de disidencia (la subcultura) y desestabilización del orden adulto, dominante o hegemónico. A su vez la apropiación de símbolos y máscaras irreverentes reafirman la pertenencia grupal. La estética de cada tribu lleva en sí misma una actitud de resistencia a la sociedad, pudiendo incluso expresarse violenta o agresivamente. Los Punks y los Skins son las Tribus paradigmáticas y que mejor reflejan las características anteriores, constituyendo, además, los dos ejes extremos donde oscilan el resto de las Tribus existentes.
La música y los recitales constituyen los circuitos más potentes a través de los cuales las Tribus canalizan sus energías vitales y casi se podría decir que los cantantes ocupan en la actualidad el lugar de los chamanes en las tribus primitivas.
En este sentido, en el interior de las tribus los afectos construyen nuevas relaciones, nuevas formas de estar juntos, nuevos deseos, territorialidades existenciales emergentes, donde se establecen redes de relaciones que fortalecen los sentimientos de pertenencia grupal, a pesar del carácter efímero y circulante de estas neo-comunidades. De esta forma, los afectos posibilitan hablar de una nueva geología familiar, de una nueva trama familiar: el grupo, la música, la imagen, el graffiti, se van re-constituyendo como las nuevas ecologías afectivas, nuevas formas de habitar ese “otro” hogar, de coexistir en el mundo.

 

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Las tramas familiares: vivir en los bordes o ante el peligro de quedar “desamarrado”

Los casos de familias con adolescentes pertenecientes a tribus urbanas que llegaron en los últimos tiempos a la consulta tienen algunas características en común: en general son familias excluidas o que luchan en los bordes por no caerse del sistema, los padres se encuentran desocupados o con bajos niveles de ocupación, en general tiene un nivel cultural y educativo que no es coherente con su nivel económico, los roles paternos están fragilizados y uno o ambos padres o la pareja se encuentran atravesando situaciones de crisis.
Estas características en común entre las familias, sin importar de que tribu se trate, nos llevan también a complejizar nuestra mirada desde los procesos socio-culturales más amplios ocurridos en las últimas décadas y por los cuales estas familias parecen estar atravesadas.

 

Los adultos asistimos en las últimos tiempos a un paulatino, a la vez que espectacular, pasaje de una sociedad guiada fundamentalmente por la cultura del trabajo y la producción, que tomaba al ser humano adulto como modelo de desarrollo personal; a una sociedad actual regida por la lógica del mercado y el consumo, en la cual la cultura adolescente y joven ocupa cada vez un lugar más preponderante. Al punto de haberse convertido, con la ayuda de los medios de comunicación y los avances biotecnológicos, en modelo social general para todas las generaciones, tanto incluso para los niños como para los adultos. Proceso que ha llevado a grandes cambios en las relaciones de poder en el interior de la familia, tanto en la relación intergeneracional como entre los géneros, que tuvieron como efecto la democratización y la simetrización de las relaciones familiares, y la consecuente fragilización de la autoridad y los roles parentales.

 

Los avances de las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información trastocaron nuestras percepciones del tiempo y del espacio. A la par que, también, entraron en crisis los grandes paradigmas sobre los cuales la modernidad había sustentado durante mucho tiempo nuestras ideas acerca del conocimiento, la realidad, la objetividad, la subjetividad, la verdad, el progreso. Este “cataclismo epistemológico” nos dejó a todos librados al problema de tener que lidiar con la incertidumbre de vivir sin certezas. El mundo estaba moviéndose bajo nuestros pies. Los fundamentos “sólidos” de la modernidad se estaban derritiendo y el mundo se estaba volviendo líquido.

 

En este movimiento hacia la fluidez, el Estado y las instituciones disciplinadoras comenzaron a perder su capacidad subjetivante. Como dice Lewkowicz, el desfondamiento del Estado, que durante la modernidad política había tenido la capacidad de generar existencia, puso en primer plano la condición superflua de la materia humana y surgió el pánico de quedar desamarrado de alguna organización, de algún trabajo, de algún espacio vincular, de algún circuito en el cual uno puede volverse necesario para otros y por lo tanto posible para sí. Nos atacó el terror de no existir, que no es el terror de quedar excluido y recluido, sino de ser expulsado. Pero no expulsado hacia un afuera, sino hacia una existencia fantasmal, hacia una existencia que no cuenta para otros y que, por lo tanto, es imposible de convertir en existencia para sí.
En las narraciones de los padres de los adolescentes que adhieren a una tribu aparecen con frecuencia desencantos y desilusiones en relación a las expectativas en las cuales fueron subjetivados; frustraciones a nivel económico, social, político y profesional; proyectos truncos que dan cuenta de cómo vivieron en carne propia los movimientos sociales, políticos y culturales de las últimas décadas. En este punto es donde aparecen las resonancias entre las narraciones familiares y la estética e ideología de cada tribu. (ver: María Esther Cavagnis “Tribus Urbanas: ética y estética en la terapia familiar con adolescentes”)

 

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Buscando un lugar en el mundo

Martin Buber decía que el mundo crea en nosotros el espacio donde recibirlo. El mundo nos obliga a habitarlo; pero el modo en el que le damos lugar al mundo en nosotros es tarea que corre por nuestra cuenta. La subjetividad es un modo de hacer en y con el mundo. Es una serie de operaciones realizadas para habitar un dispositivo, una situación, un mundo. La tribu urbana es ese lugar en el mundo en el cual el adolescente que tiene la vivencia familiar y social de vivir en los bordes o al punto de quedar “desamarrado” encuentra un lugar de inclusión y pertenencia. En la tribu consigue un anclaje socio-cultural de su subjetividad: “es” un emo, “es” un flogger. Se vuelve visible para los otros, construye posibilidades de existencia.
Si el mundo se ha vuelto difícil de habitar, no todo es para lamentar, junto con la disolución de las certezas y garantías de la modernidad también se han esfumando sus mandatos, sus obligaciones y la rigidez de sus normas. Vivir en la fluidez sin el sentimiento de “flotar a la deriva” exige la configuración de una subjetividad más activa que pasiva, implica tejer redes con los personas que nos rodean, construir nuevos sentidos colectivos, recuperar el sentimiento de sentirse autor de la propia historia, y por qué no también de la historia colectiva. Encontrar como formar parte de una red o una trama relacional que “sostenga” la propia subjetividad.
Si el Estado ya no nos piensa, habrá que encontrar por uno mismo los lugares propicios para la existencia, dice Ignacio Lewkowicz. De no ser así, nos quedan otras opciones mucho menos comprometidas y también, mucho más accesibles. Contamos, por ejemplo, con la posibilidad de adquirir alguno de los “kits de identidad prêt-à-porter” (Suely Rolnik), que nos proveen identidades globalizadas y flexibles que pueden adaptarse fácilmente a los requerimientos del mercado.
Intentar algo diferente a la propuesta de la sociedad de consumo es quizás la adhesión a una tribu, aunque sea sólo alguna de las tantas opciones posibles, no es cualquier opción.
La tribu urbana conjuga en su seno la paradoja inclusión-exclusión del mundo globalizado, es al mismo tiempo local y global, se afianza en los lazos afectivos que ocupan determinado territorio urbano a la vez que sigue las pautas comportamentales de la tribu a nivel global. Critica al consumismo y a la masificación a la vez que propone una nueva forma estética que implica también determinado consumo cultural.

 

No podemos dejar de mencionar que el fenómeno de las tribus urbanas es propio de una etapa del ciclo vital: la adolescencia. Este es un tiempo abierto a la resignificación y la producción de dos tipos de procesos de recomposición psíquica: aquellos que determinan los modos de concreción de las tareas vinculadas con la sexualidad, por una parte, y los que remiten a la deconstrucción de las propuestas originarias y a la reformulación de los ideales que luego encontraran destino en la juventud y en la adultez. ¿Cómo deconstruir en la fluidez? ¿Cuál es la propuesta del mundo adulto?
Silvia Bleichmar en “La subjetividad en riesgo”, dice que los procesos de desidentificación de los adultos, obligados a reposicionarse cotidianamente para garantizar su inserción en la cadena productiva, sino en el proceso social en su conjunto, constituye en la actualidad un obstáculo para la elaboración de propuestas que no dejen a los adolescentes y jóvenes librados a su propia suerte.
La deconstrucción de significaciones y la recomposición de valores resultan más complejos que en otras épocas, en razón de que la historia ha devastado las significaciones operantes hasta hace pocos años, y las generaciones que tienen a su cargo el completamiento de la crianza se ven despojadas ya no de certezas, sino de propuestas mínimas que ofrecer. A esto se suma que la sociedad argentina, atravesada por acontecimientos históricos aún no metabolizados, y cuyo movimiento no garantiza que se encuentre en tránsito hacia lugar previsible alguno, no puede determinar el marco representacional en el cual se inserten las generaciones más jóvenes.
Con esta descripción coincide Rossana Reguillo Cruz cuando dice que los jóvenes se encuentran hoy en una situación de abandono social. La generación de los 60, 70 y principios de los 80 viene de experiencias muy frustrantes en lo político que han causado heridas profundas que aún no han sido habladas y discutidas, esta situación complica la construcción de puentes, o canales de diálogos entre las generaciones anteriores y las nuevas; y deja a los jóvenes muy solos.

 

Estos procesos sociales de inclusión-exclusión más amplios que abarcan no sólo al adolescente sino también a su familia y a la sociedad en su conjunto, transcurren en un momento del ciclo vital que se define justamente como el proceso de construcción de la propia identidad, y que como tal lleva implícita la tarea de identificación-diferenciación y su correlato en la inclusión-exclusión, pertenencia-autonomía de la familia, de los grupos de pares y de la sociedad.
La tarea es la misma para todos, pero los resultados son diferentes de acuerdo a la infinidad de variables personales, familiares, sociales, históricas y culturales que se entrecruzan en la configuración de cada subjetividad.

 

La composición de un personaje que sale a la escena del mundo

 

La producción estética de cada tribu urbana se configura como la composición de un “personaje” que liga en un mismo relato todos estos procesos de inclusión-exclusión, identidad-diferencia, pertenencia-autonomía, que en distintos niveles de complejidad además se desarrollan en forma simultánea.
Este relato de sí toma la narración familiar y le da una nueva significación social: incluirse en un mundo que excluye, vivir “con otros” en los bordes o en los límites del sistema, diferenciarse en una sociedad que homogeniza, hacerse visible en un espacio público urbano y anónimo, expresar el sufrimiento y la sensibilidad en un mundo anestesiado e indiferente. Es en alguna medida repetición de la narración familiar, pero a la vez novedad y diferencia.
La estética de cada tribu tiene su correlato en una construcción social del sentido del mundo y de la vida. Así la estética punk se presenta como una crítica no sólo a la estética hegemónica sino también a sus valores. Y un emo dice en un reportaje: «Usamos los cabellos en el ojo para mostrar que una parte de la sociedad nos da vergüenza. No queremos que esa parte de la sociedad, que no nos gusta, nos vea»
Es importante pensar que este “personaje” que crea el adolescente, no está recluido en la soledad y el anonimato, sino que todo lo contrario, entra en relación con otros jóvenes, su “comunidad afectiva” como dice Masseffoli, que muchas veces reemplaza los vínculos primarios familiares.
Aunque no podemos obviar que muchas de las conductas propias de cada tribu exponen al adolescente a situaciones de riesgo y vulnerabilidad, como: la violencia, el enfrentamiento con otras tribus, las marcas en el propio cuerpo (piercings y auto-provocación de heridas), los intentos más o menos fantaseados o reales de suicidio, el consumo de drogas y alcohol, etc. A pesar de lo preocupante que pueda parecernos a los adultos el riesgo de “vivir en los bordes”, estas conductas que dejan el ámbito exclusivo, solitario e inaccesible de lo privado y se inscriben en una trama social, cobran un sentido diferente si también las leemos desde la red relacional que le da un sentido intersubjetivo.
Como en el teatro, un “personaje” se construye para el público, en este caso, los padres, los otros jóvenes, los adultos, nosotros mismos. Un personaje cobra sentido sólo si existe un público que pueda verlo. La mirada del otro le da existencia, lo descubre y lo hace visible. Así, la esmerada producción estética de cada tribu tiene como objetivo hacerse visible para el otro: vestimenta, peinado, piercings, tatuajes, tachas, maquillajes…para salir a escena.
Como terapeutas quizás una de nuestras tareas éticas es dejar de lado nuestros prejuicios y nuestra mirada normatizante para tratar de comprender que nos quiere trasmitir este “personaje” y aceptar el desafío de descubrir que hay detrás de la máscara: sufrimiento, dolor, violencia, sentimiento de abandono, miedo, bronca, rechazo y desprecio por un mundo que lo excluye…
Otra de nuestras tareas es intentar co-construir en el marco del sistema terapéutico un relato de sí que ligue estos sentimientos con los procesos simultáneos de inclusión-exclusión, identidad-diferencia, pertenencia-autonomía que se entrecruzan a nivel social, familiar y personal; para así poder transitar el estado de riesgo, fragilidad y vulnerabilidad, y realizar un movimiento hacia la configuración de una subjetividad más anclada en el cuidado, la protección y la potencia.

 

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Bibliografía

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– Reguillo Cruz, Rossana; Emergencia de culturas juveniles. Estrategias del desencanto, Norma; Buenos Aires; 2000
– Reguillo Cruz, Rossana; Entrevista realizada por Inés Tenewicki para la Revista El Monitor Nº6, Bs. As.; 2006
– Bleichmar, Silvia; La subjetividad en riesgo; Topia; Bs. As.
– Rolnik, Suely; “Despedir-se do absoluto” Cuadernos de subjetividade, Núcleo de estudos e pesquisas da subjetividades; Universidad Católica de Sao Pablo; 1996. y Entrevista a Suely Rolnik realizada por Denise Najmanovich y Mario Lewin para Página 12, Bs. As.; 13 de febrero de 1997.
– Sibilia, Paula; La intimidad como espectáculo; FCE; Bs. As.; 2008.
– Maffesoli; Michel; El tiempo de las tribus. El declive del individualismo en la sociedad de masas; Icaria; Barcelona; España; 1990.
– Costa P., Pérez, J.M., Tropea, F.;Tribus Urbanas, Ed. Paidós, Barcelona, España; 1997.
– Raúl Zarzuri C .y Rodrigo Ganter S; Tribus Urbanas: por el devenir cultural de nuevas sociabilidades juveniles.
– Cavagnis, María Esther; Tribus Urbanas: ética y estética en la terapia familiar con adolescentes.

 

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