La ingesta alimentaria no es sólo una función biológica, por medio del acto de alimentar se crea la primera relación humanizadora.

 

La comida cumple ante todo un propósito evidente: estar con alguien.

 

La satisfacción de las necesidades básicas no garantizan el nacimiento psicológico de un ser humano. Ya lo probaron las experiencias de Spitz …

 

Freud planteaba que en las zonas erógenas del cuerpo como la boca, el ano y los genitales, se suman dos satisfacciones diferenciadas: una que responde a la necesidad biológica y la otra que busca otro tipo de goce.

 

Cuando comienza el vínculo madre- hijo, (luego del parto) el acto de la comida transmite, muchísimas cosas de orden afectivo. Además, el infante humano, más que ninguno depende totalmente de la madre o sustituta para alimentarse.

 

La necesidad pone de manifiesto nuestra insuficiencia que se aplacará con el alimento , pero ya se comienza a procesar la historia del deseo, de orden psicológico, no solo se busca la saciedad sino también el clima nutricio generado por quién alimenta. Si partimos de los primeros tiempos de vida cuando el niño/a depende de un otro que lo alimente, nos preguntamos: Qué da la madre (o sustituta) cuando alimenta al bebe? Qué y cómo recibe el bebé su alimento? Qué acciones u omisiones acompañan el acto de comer?

 

La madre que mediante caricias y juegos complejiza el acto alimentario, conduce progresivamente a la discriminación porque reconoce al bebe la capacidad de dar placer y desde ahí comienza a denotar su autonomía.

 

En esa primera relación, sea de amamantar o dar un biberón, se desarrolla un vínculo estrechísimo, que transmite contactos, miradas y todo aquello que de relación amorosa se trate. Obviamente en casos donde no hay patología ni rechazo. Ese acto está lleno de magia, ternura, placer, displacer, tensión, etc. Es un acto que podríamos llamar FUNDANTE.

 

Hay niños que comen porque desean en su hambre y otros que padecen el suplicio de la alimentación.

 

El niño es alimentado a veces con ansiedad, otras con urgencia como un trámite o una obligación más, otras con complacencia, etc. Así la comida puede convertirse en una relación de poder donde el triunfo materno acaba sometiendo al hijo y reemplazando lo que no puede dar de sí con un exceso de alimentación. El rito alimentario puede ser una incorporación recíproca de afecto, interés, comunicación, atención, o bien convertirse en un hecho externo donde el alimento es lo único que se puede dar.

 

El sujeto no es solo un conjunto de necesidades primordiales sino que por sobre todo desea ser deseado.

 

Hay niños que sienten que su presencia llena la habitación, que son bienvenidos y acariciados con la mirada solo por existir. Otros precozmente descubren su transparencia, son aquellos que tendrán que hacer para ser reconocidos.

 

Cuando el niño va creciendo se incorpora a la mesa familiar, participando pasiva o activamente de los discursos que circulan durante la comida, y los significados que adquiere en cada familia. Las comidas familiares se tornan un ritual, a través del cual se manifiestan afectos, intereses, modos de comunicación, atención o puede tornarse en una conducta donde el alimento se da sin ninguno de estos ingredientes, o por el contrario, muchas veces, de modo hostil.

 

De acuerdo con el construccionismo social, la identidad es una posición relativa a la conversación. Considerando que no existimos en forma independiente de las narrativas generadas por y con aquellos que amamos, resulta relevante tenerlas en cuenta para poder entender si refuerzan o modifican la modalidad primaria de alimentación.

 

Valeria Ugazio hace su aporte en este sentido planteando que el universo semántico en estas familias que presentan un miembro con este tipo de trastornos, gira alrededor de la polaridad vencedor /perdedor . Por ejemplo Vencedor es aquel que se muestra voluntarioso, determinado, con control de sí mismo y de los otros y el Perdedor es pasivo, dócil, crédulo.

 

Ese es el motivo central de porque focalizamos en este tema en las familias donde uno o más miembros desarrollan un trastorno de la conducta alimentaria. Caparros y Sanfeliú en su libro.

 

“La Anorexia, una locura del cuerpo” plantean que cuando un panorama de carencias se concreta y cosifica en el acto de alimentar, queda abierta una vía preferencial para expresar a través de la comida los conflictos.