[dropcap type=»circle» color=»#ffffff» background=»#555555″]E[/dropcap]NRIQUE IV: Si estáis junto a alguien y lo miráis a los ojos- como yo miré un día ciertos ojos- podéis consideraros mendigos ante una puerta por la que nunca podréis entrar; el que entra nun-ca será uno mismo, con su propio mun-do adentro de él, tal como lo ve y lo toca, sino otro, desconocido para uno mismo, tal como lo ve y lo toca el otro en su mundo impenetrable

 

Luiggi Pirandello

 

Cuando los terapeutas reflexionamos sobre este tema, nuestro foco está puesto en aquellas parejas que nos consultan. Pero ¿cómo se las arreglan quienes, por lo menos aparentemente, no nos necesitan? ¿Son sin saberlo, parejas desdichadas, y toda su sabiduría consiste en soportar estoicamente su infortunio? ¿O poseen recursos que sería valioso conocer? ¿Cumplen tal vez con el adagio de que «No se trata de que los vientos soplen en contra, sino de colocar las velas de modo que los hagan favorables?»

 

¿Y qué es lo que hace que otras parejas fracasen allí dónde ellas tienen éxito? Tal vez un remanido cuento tenga algo que decirnos:

 

«Y la bella Princesa, conmovida hasta el fondo de su corazón por la devoción del feo Sapo, le dio un beso. El Sapo perdió entonces la piel rugosa, la boca desmesurada, los ojos sin luz, las patas extravagantes, y apareció en su lugar un hermoso Príncipe con el que la Princesa casó deslumbrada»

 

¿Por qué a la Princesa no se le ocurre que el beso le cambió la mirada y supone ingenuamente que quien cambió fue el Sapo? Permite que sus ojos la engañen porque en los ojos de su Príncipe también ella se imagina Princesa. Y se casa con el Sapo al que cree y crea Príncipe, para también ella crearse y creerse Princesa. En ambos casos lo engañoso parece ser el beso, ese momento en el que se inaugura el acto de amor. Y la química de ese amor transforma la percepción de quien se enamora, El problema será luego convivir dos seres humanos en los que alternan Príncipes y Plebeyas. Sapos y Princesas, según los momentos y las circunstancias de la áspera vida de todos los días.

 

Porque ¿qué se espera y es bueno o no que se espere en el instante del beso transformador? Lo que se espera es que el otro sea tal cual lo imaginamos/ creamos en ese acto de prestidigitación que es el enamoramiento. Y los enamorados no son, como dicen los Poetas, Julietas y Romeos dispuestos a morir el uno por el otro. Cuando el caso se da, intervenimos los Terapeutas tratando de remediar tamaña desmesura. ¿Mienten los Poetas entonces? ¿O será que secretamente aspiramos al amor incondicional que se nos dio en el nido ecológico en el que nacimos, como el Paraíso Perdido y añorado? En esos casos, o la pareja ayuda a superar la expectativa imposible, sustituyéndola por un goce alcanzable, o perdurará en algún lugar un niño o una niña impenitentemente quejosos, en pertinaz búsqueda de lo irrecuperable.

 

Hoy definimos a la pareja heterosexual conviviente como una de las variadas formas que aun adopta la articulación connubial, y que implica el acoplamiento estructural de dos personas que se instalan en un diálogo peculiar que da por supuestos más o menos explícitos:

 

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  • a) Cierta exclusividad, definida como fidelidad, en determinados enunciados que incluyen el amor y la elección.
  • b) La ilusión de cierta permanencia en el tiempo
  • c) El acercamiento físico y el comercio sexual.
  • d) La presunción de que el otro puede y debe aportar una cuota importante de felicidad a la vida compartida.
  • e) Alguna complementariedad que tiene que ver con modelos sociales de parejas.
  • f) Un entramado de mitos y visiones del mundo, que funcionan como certezas, derivadas de las historias personales.

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Ahora: si pensamos que las palabras con las que referimos el mundo, a nuestros semejantes y a nosotros mismos, crean aquello de lo que se habla, ¿cómo habla el amor cuando persevera? Conocemos las palabras que se dicen en el enamoramiento inicial y entusiasta, pero ¿cómo y cuánto cambian en las peripecias del convivir diario? El lenguaje de los enamorados, además de unas marcada tendencia a la hipérbole, tiene una curiosa vocación de perennidad. «Tuya para siempre» «Te amaré eternamente» «Jamás me olvidaré de ti», proclaman ilusionados graffitis y pasacalles. ¿Puede sostenerse esta exaltación?

 

Y si aceptamos que las palabras que utilizamos demarcan el territorio de lo que pensamos, tanto en el afuera, si lo hay, como en la intimidad de nuestro pensarnos, ¿qué consecuencias tendrá el uso de un repertorio lingüístico empobrecido? Malas palabras son sin duda aquellas que economizan matices, que amplían hasta la opacidad los significados, que escatiman la originalidad de lo que se quiere decir, y que concluyen restringiendo nuestras reflexiones. Y como, cuando faltan las palabras se pasa al acto, podríamos pensar que a menor cantidad de vocablos habrá mayor explosión de actuaciones, incluso aquellas violentas. Cuando no se escuchan las palabras, se padecen los actos.

 

Y más es necesaria la palabra en las nuevas constelaciones familiares obligadas a re negociar los previos pactos explícitos o implícitos y a nominar los roles novedosos. Muchas veces, imprudentemente, se intenta aplicar los antiguos conceptos, más o menos modificados, sin pensar en cómo hay que modificarlos.

 

Diferentes son los pactos que deben establecer las distintas configuraciones de pareja con que nos enfrentamos en este milenio. Hombres y mujeres de nuestros días establecen nuevos ámbitos familiares, y si entendemos por pactos, aquellos presupuestos que regulan las conductas permitidas, proscriben las actitudes prohibidas y legitiman las expectativas de los cónyuges, ¿cuáles arreglos deberán establecer las parejas y las familias en el futuro? ¿Con qué palabras irán creando los nuevos ámbitos?

 

Tal vez todo esto se resume en aquella frase:

 

«Amar es tratar de ver al otro tal como Dios lo ha pensado»

 

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LA PAREJA HUMANA, UNA EXPERIENCIA
DE CRECIMIENTO RELACIONAL

 

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Miguel Mihanovich
La vida, el amor y la muerte son tres fascinantes misterios
que todos hemos de transitar alguna vez

Cuando puse nombre a este Ateneo. «La pareja humana vista como una situación de crecimiento relacional» pensé, ¿acaso no es siempre relacional el crecimiento? Si definimos arbitrariamente crecimiento como un proceso progresivo de adaptación original y creativa a las cambiantes situaciones existenciales, este proceso es siempre relacional. El ser humano crece siempre en relación con el otro, o, al menos, con lo otro. La extrema insularidad, si fuera posible, mantendría al sujeto coagulado en un presente inamovible. Entonces ¿qué es lo singular del crecimiento en la pareja? Esta idea surgió del trabajo con una pareja que consultó antes de contraer matrimonio, dándome la posibilidad de tratar a dos personas que habían decidido compartir la espinosa aventura de vivir juntos, en una instancia previa al momento en el que dicha resolución se llevara a cabo. Esta situación me permitiría ver los problemas antes de que se transformaran en conflictos. Porque, una vez más, si todo crecimiento es relacional, ¿qué tiene de peculiar el crecimiento en la pareja? Séanos lícito conjeturar que en un primer momento del desarrollo, ejemplificado en la niñez, el sujeto vive en un «nosotros» relacional que lo vincula a su entramado ecológico. Subordinarse a ese «nosotros» y obrar acorde con las expectativas familiares garantizan la pertenencia a un grupo que avala la identidad. Crecer es parecerse. Pero el devenir inexorable evidencia, en sucesivos contactos con personas y acontecimientos, que someterse a dichos modelos conlleva una rigidez constreñidora de la que es bueno desprenderse. Al primigenio «nosotros» unificador sucede un «yo» que marca diferencias. La exaltación adolescente de aquel «yo», es el inicio de una re-beldía litigante que habrá de germinar en una independencia innovado-ra. Si se nos permite esta simplificada aproximación al desarrollo humano, podemos concebir a la pareja como un estadio relacional, no el único, en el que deben armonizar, en una articulación novedosa, aquel «nosotros» y este «yo» para cumplir de manera factible, la pretendida aspiración a la unidad, manteniendo la ineluctable situación de una dualidad que integre las diferencias. Esto también sucede con las amistades, los grupos ideológicos, los cónclaves profesionales, pero la pareja es el locus en el que este desarrollo adquiere una especial preponderancia (A continuación estudiamos una situación clínica que por razones de privacidad no especificaremos en esta comunicación).

Tres materias aparecieron como cruciales en este caso: 1) el manejo de lo económico, 2) las relaciones con las familias de origen y 3) el apoyo mutuo que pudieran requerirse o brindarse.

 

1- El manejo de lo económico

Hoy día, el trabajo de la mujer y su correlato de independencia económica, pareciera eximir al hombre de sentirse el responsable exclusivo del mantenimiento de la pareja. Es indudable que el hombre perdió un sector de su ancestral poder por ser el único resguardo de la situación económica, y, por ello, el que determinaba la inclusión en cierta banda social del matrimonio. Ahora, cuando su mujer también gana dinero, el hombre reclama paridad en los gastos y cierta exención de sus responsabilidades financieras. ¿Cómo renegociar este nuevo acoplamiento de dos ingresos paralelos? ¿Es positivo hablar de ello antes de consumar la sociedad marital? En este caso parece que lo fue.

 

2- Las relaciones familiares

También en las relaciones con ambas familias de origen debe llegarse a un «nosotros», que aparece cuando se emplea los adjetivos «Nuestras relaciones con nuestras familias» y que implica salirse de la especificidad de las relaciones particulares de cada cónyuge con sus propias familias. Pero acá el escenario se complejiza por cuanto los componentes de ambas familias de origen son disímiles, lo que parece justificar conductas diferentes en cada cónyuge con respecto a la familia de su pareja. Nos resulta útil asimilar las distancias relativas entre cada cónyuge con ambas familias de origen, y la que los componentes del matrimonio mantienen entre sí, ya que esto construye un «nosotros» que busca articular relacionalmente a todos los actores del pacto familiar en lugares diferenciados. Postulamos que el crecimiento relacional en la pareja del que estamos hablando, se fundamenta en la solidaridad de un «nosotros» que evite el exceso de la masificación de un pegoteo simbiótico sin caer en el menoscabo de una insularidad individual que se justifique en los solos derechos y soslaye los inevitables deberes.

 

3- El sostén mutuo

Proviniendo de modelos familiares diferentes, cada miembro de la pareja esperará del otro actitudes diferentes cuando se les presentaran problemas. Cada uno aguarda del otro una determinada conducta cuando le hace partícipe de sus problemas, y supone que ese es el modo correcto para demostrar amor e interés. Cuando las cosas no suceden de acuerdo a lo supuesto, la conclusión lógica es que el otro no ama lo suficiente, no comprende lo bastante, no apoya lo en justicia requerido y es un egoísta o un indiferente. El tan remanido «problema de comunicación» tiene que ver con un decir de uno que no toma en cuenta el escuchar del otro, y que atribuye a incapacidad, cuando no a mala intención, aquella incongruencia entre lo que uno dice y lo que el otro necesita escuchar. A esta altura uno estaría tentado de proponer un aforismo «Dime como escuchas y te diré cómo dialogas» Porque si el amor funda una pareja, el diálogo la mantiene en el tiempo.

 

 

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COMENTARIOS

 

Lic. Ana Martínez: Este caso me hizo acordar a una situación que yo trabajé el año pasado. Además, con Miguel, pensamos hacer alguna actividad tipo Taller con parejas que ya habían tomado la decisión de casarse y que faltaba un tiempo para eso. Para eso tenemos que tener un grupo de gente que se preste a este trabajo, plantear los temas y después hacer un seguimiento. Y pueden aparecer otras cosas, no las que nosotros teníamos pensado. Así fue en el caso al que hice referencia (se cuenta el caso) Tuve que estar atenta a lo que aparecía en la pareja y a lo que estaba en la cabeza del terapeuta. Yo tengo claro cómo se trabajó esa situación, tenía que ver en como yo pienso la relación entre personas y, desde allí, como manejo los datos que me procuro. Por eso esa consulta que empezó siendo individual, se transformó en una consulta de pareja. La pareja llega en una situación de microviolencia en la que básicamente lo único que está instalado es el clima de reproche y de acusación al otro. Lo que me sirvió fue poder hacer un trabajo muy lento de ayudarlos a establecer las diferencias, dadas por una sobreinvolucración de las dos familias de origen bastante fuerte. Trabajé, prácticamente con las cosas que vos fuiste trabajando: dificultades para establecer la diferencia entre lo que yo quiero que el otro sea y no poder aceptar que este otro, es otro, que tiene otra manera de responder, profundamente ligada a la cosmovisión de su familia de origen.

 

Lic. Susana Seré: Sería importantísimo este grupo de profilaxis. Por ahí le damos otra vuelta. Los tres temas básicos: el manejo del dinero, la negociación de la sexualidad y la negociación de la familia de origen de cada uno, son los conflictos más habituales.

¿Cómo se siente un terapeuta trabajando dónde ya había una fecha de casamiento? ¿Te consultan para que vos hagas algo que ya estaba en marcha, donde tu posibilidad de operar también está muy acotada? Me preocupa en cuanto a la ética que uno tiene como terapeuta. Yo no sé si aceptaría trabajar con una pareja con tiempo acotado, o si negociaría en una primera entrevista, proponer un contrato de trabajo y después hablar de la fecha.

 

Lic. M. Rosa Glasserman: Siempre me gustan tus frases que no son vacías….Una alumna de CEFYP usó como parte de su ceremonia de casamiento, el final de tu artículo del libro compilado por Juana Droeven:»Más allá de Pactos y Traiciones». Cuando lo hizo leer, me movilizó mucho, ya que uno está acostumbrado a las oraciones o aforismos y esto era novedoso….Y lo que hoy traés al Ateneo es una nueva frase poblada de significado: Lo que el amor junta lo sostiene el diálogo pensé en la película «Una relación Particular», donde una pareja no puede continuar algo que se inicia como sexo y luego deviene amor, simplemente por quedarse con lo que llamamos adivinación del pensamiento, y no llegar al diálogo. Cada uno de ellos piensa que el otro no desea continuar, y no se lo preguntan al otro. Muchas parejas padecen de esto: atribución de pensamientos. Muchas veces lleva a la destrucción de la pareja, porque no transforman en diálogo lo que están pensando.

 

Licenciada Ana Martínez: La relación de pareja tiene una singularidad cuando se convierte en un obstáculo para el crecimiento personal, ya que hay un otro al que generalmente se achaca el problema. Los terapeutas podemos trabajar en el momento en que esta relación aparece como un obstáculo para el crecimiento individual.

Dr. Jorge Basile: Muchas gracias a todos los participantes del Ateneo

 

 

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