Mesa clínica de niños: ayer y hoy – Una mirada

– Lic. M. Rosa Glasserman
Comentadores: Celia Jaes Falicov, Estrella Joselevich, Carlos E. Sluzki

 

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María Rosa Glasserman: Voy a presentar el caso de Juan, un niño. En los años setenta no lo hubiera abordado del mismo modo que en los noventa. Y esto se vincula con el título de nuestro congreso: “Familia-TERAPIA Familiar, siglo xx-xxi”.
Desde el inicio de mi carrera, fue siempre relevante para mí tomar en cuenta a la familia como contexto generador y mantenedor de los problemas y para la evaluación diagnóstica e indicación terapéutica en la consulta por un niño sintomático.
De todos modos, referirse –entonces– a la importancia de la familia no es lo mismo que la terapia familiar ahora. A partir de la década de 1960 hice un viraje desde la observación del niño en familia a la intervención con la familia a la que el niño pertenece.
Me tomó mucho tiempo definir cuál iba a ser el material a presentar en este espacio y, finalmente, después de desechar algunos, elegí un caso en que la consulta es por un niño: Juan, de once años. Me pareció interesante porque me liga a algo que pertenece a mi identidad profesional, ya que comencé como terapeuta de niños y devine terapeuta familiar.
He compartido desde hace 28 años ideas con Adolfo Loketek y algunos otros colegas que nos han acompañado en distintos momentos. Compartimos una manera de observar, involucrarnos, intervenir en los casos por los que nos han consultado y que hemos discutido, tratado y/o supervisado.
Cuando hago referencia a un material clínico con niños no puedo dejar fuera mi propio proceso vital evolutivo, que permite contextualizar la lectura del mismo. Mi perspectiva de los problemas de las familias con niños y, por ende, mi abordaje, cambia radicalmente a partir del nacimiento de mis propios hijos.
Desde entonces he transitado un creciente alejamiento de algunos supuestos que oficiaron como fuertes atractores. Esto implicó un cambio epistemológico. Y hasta hoy, ha sido creciente el trabajo de despatologizar a los individuos (lo que no implica desconocer las perturbaciones) y especialmente dejar de juzgar y/o condenar a los padres, sin dejar de reconocer la responsabilidad que les cabe en lo que ocurre en la familia.
Para que este proceso fuera posible, tuve que revisar temas referidos al nivel de participación del niño a través del juego o la palabra, tipos de abordaje, modelos teóricos vigentes y en proceso de cambio. Mi necesidad de escuchar a cada miembro de la familia fue cada vez mayor, especialmente en presencia de los otros. Ya no a los padres por un lado en la anamnesis clásica (de indudable valor) y por otro al niño en la hora de juego u otras evaluaciones, incluyendo una entrevista familiar como parte del proceso de evaluación.
El modelo con el que operaba en los años setenta me conducía a la elaboración de diagnósticos individuales, lo más “claros y precisos” posible. Hoy, mis diagnósticos son predominantemente relacionales, y su unidad de análisis es “la secuencia interpersonal que incluye por lo menos tres mensajes en la relación diádica: enunciado-respuesta-nuevo enunciado, y varios mensajes en la relación triádica o de más miembros”.1
Sé que para colaborar en la producción de algún cambio tenemos que trabajar conjuntamente con la familia en la transformación de las dinámicas relacionales.
Ser humanos nos hace saber algo de nosotros: que no podemos ser capturados sólo por un modelo, ya que hay muchos otros elementos presentes. Frecuentemente, cuando tendemos a ser capturados por nuestro modelo, sin cuestionarlo, sólo buscamos legitimarlo.
En los momentos de transformación aparece muy fuertemente el modelo vigente y no tanto, lo nuevo que asoma. Me refiero con esto a los años en que buscando nuevas líneas –producto de cierta insatisfacción– me capturaba aun la vuelta a la patología clásica de carácter explicativo.
Hoy tengo claro que uno no cambia de paradigma –yo tampoco– para caer al abismo, como dice Kuhn. El modelo vigente sostiene que uno cambia de paradigma para ir a otro. En el pensamiento complejo (al cual aspiro) existe la posibilidad de darse cuenta de que esta vía sigue operando, transformada.

 

A continuación voy a presentar el material clínico de manera acotada. Mi intención es, por un lado, presentarles algunas viñetas y, por otro, algunos comentarios teóricos y diálogos conmigo misma que luego me gustaría extender a mis interlocutores.
Es decir que transitaré en dos bandas, tomando el material por un lado y, por otro, focalizando en algunos puntos que despertaron mi interés: Metáfora-Diálogo-Los Cuerpos-Impostura.

 

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El caso

Susana vive en Trenque Lauquen, ciudad de provincia, y solicita una consulta por su hijo Juan, que le preocupa mucho. La derivación la realiza el Dr. Pérez, neurólogo infantil.
Hace mucho está esperando que su marido la acompañe a la consulta y como no lo hace, decide asistir sola a la primera entrevista. En esa ocasión me narra con detalles la vida cotidiana de ellos. Tienen 19 de casados y tres hijos, Juan es el mayor.
Su marido –dice ella– le ha sido infiel. Tuvieron una etapa de separación y luego volvieron. Después del reencuentro nace la última hija, de dos años.
La infidelidad fue de carácter público, ya que viven en un lugar pequeño y son muy conocidos en la comunidad. Ella ha decidido divorciarse, ya que cree que él no ha dejado a su amante. Cada vez que le comunica a su marido esta decisión, él le dice que se va a matar, otras veces que la va a matar a ella, y a los chicos y luego se va a matar él. No concibe el divorcio. Él aún no conoce la decisión de ella de divorciarse.
Después de esa entrevista –en la que hay más datos, que por razones de tiempo dejaré de lado–, acordamos que la siguiente será con su marido y con los hijos, o al menos con Juan, ya que plantea problemas para trasladar a todos. Me deja dos escritos: una hoja con toda la medicación que recibe y recibió Juan, que los médicos han ido probando desde 1995 sin mucho éxito: ritalina, tofranil, meleril, orap, anafranil, neuleptil, ceglutión, hipertensal, ribotril, zolof, risperin, halopidol, prozac, tegretol, akinetón, litio. Estos medicamentos han sido combinados y se han realizado pruebas permanentes sobre las dosis. La hoja tiene la fecha, las dosis, sus combinaciones y las conductas observadas. Una impresionante hoja de bitácora (véase reproducción en páginas 75-76).
El otro escrito que me deja es una carta al juez que, por consejo de su abogado, escribió solicitando el divorcio. Es muy larga y tiene detalles de la infidelidad del marido y del estado público que esta tomó.
Acordamos la segunda entrevista.
Creo que una diferencia entre antes y ahora es que hoy no me planteo, como lo hubiera hecho hace 20 años, ¿qué hacer con este secreto?
Desde otra postura, tal vez con otro encuadre, le hubiera hecho saber a Susana que todo lo que habláramos íbamos a abrirlo luego, delante de su marido.
Dejó de ser un tema de preocupación, aunque sí un problema para continuar pensando (¿qué hacer con un secreto?).
La primera entrevista fue de Susana sola, las dos siguientes fueron de los padres con Juan. En la tercera, de la pareja sola, Susana le informa a Osvaldo su decisión de divorciarse. A pesar de algunas regularidades que uno conserva dentro de los encuadres, cierta ductilidad nuestra como terapeutas es buena en tanto conduce, dentro de ciertos límites, a abrir nuevas posibilidades y puede colaborar en transformaciones de la modelización en la medida en que toquen o no puntos más nodales que hacen a la práctica. En ciertas circunstancias el tema del secreto puede ser limitante, depende de cómo se maneja, ya que para mí, muchas veces el contenido del secreto no es tan relevante como su efecto relacional.
En este caso, todos saben de este “secreto” del divorcio. Hay una referencia permanente en la sesión de modo metafórico, todos saben y nadie lo dice explícitamente.
Se realizaron en total 11 entrevistas. Es un material de gran riqueza y que se presta a discusiones en muchas áreas. Sólo incluiré aquí algunos fragmentos de la primera entrevista con Juan y sus padres, con algunos comentarios.

 

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Transcripción parcial de la entrevista

 

Momento 1

Abro la entrevista preguntando a O. –el padre– sobre su punto de vista acerca de la consulta por Juan.

Osvaldo: Bueno, actualmente él ha pasado por diferentes diagnósticos y diferentes médicos y tratamientos, de los farmacológicos pasando por los psicológicos, con psiquiatras infantiles y neurólogos infantiles, y una serie de estudios, y el diagnóstico ha pasado de la hiperkinesia al último diagnóstico de trastorno obsesivo compulsivo, pasando por una hiperkinesia con co-morbilidad.
Terapeuta: ¿Qué es lo que hace Juan que le preocupa a usted y a la familia?
O.: Me preocupan varios aspectos. Tanto su crecimiento pedagógico y su crecimiento en la educación, como la relación social y con su familia.
(Se explaya sobre cada uno de los puntos, con interrupciones crecientes de Juan, que se enoja.)

 

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Momento 2

T.: Y el tercer punto que usted dijo en la familia, ¿cómo es?
O.: Creo que son los más importantes, los más graves, ¿no?, los más manifiestos y los más preocupantes, porque lo escolar, bueno, de una u otra manera se podrá suplir y se buscará la forma para que desarrolle las habilidades que tenga, no con los métodos convencionales sino con otro tipo de métodos. Desde el punto de vista de la relación de la casa tiene, bueno, dificultades en todo el núcleo familiar; se genera en la familia, se ha generado y se sigue generando un problema de intolerancia, un problema de permanente irritabilidad.
Juan: ¿Yo?
O.: No, vos no, en la familia, en general…
J.: Ah, bueno.
O.: Con lo cual se genera en los otros integrantes más pequeños de la familia una sensación de contagio de ciertas actitudes hechas por el mayor, ¿no es cierto? Entonces hay términos incorrectos, agresivos, violencia verbal y a veces manual.
T.: ¿De alguien en especial con alguien?
O.: Desde mi visión, desde mi punto de vista, el enfrentamiento más importante es entre la madre y él, o él y la madre, en el que se generan una serie de conflictos mayores. Por ejemplo “hija de puta”…
J. (interrumpe): ¡Mentira!
O.: “Sos loca”, “te odio”, “sos la culpable de todo”, bueno, le tira de los pelos, hay agresiones…
J.: “Hija de puta” no… Te zafaste, te pasaste de la raya.
O.: (Se ríe.) Agresiones permanentes, ¿no? Hay como una especie de conflicto permanente.
T.: ¿Usted interviene cuando pasa esto?
O.: Eh… sí, o sea, indudablemente no quiero que diga esos términos, ¿no es cierto? No me parecen los correctos y adecuados porque además, por más que uno hace… A mí a veces me ha dicho cosas así, y yo muchas veces he tratado de hacer oídos sordos. Es decir, tomo todas las actitudes, la de hacer oídos sordos, de no escuchar cuando dice una ofensa, de explicarle de buena manera y la de ofuscarme.
J. (molesto por no entender): ¡Ofuscarse, ofuscarse!
Susana: Enojarse.
O.: Ofuscarse, enojarse.
J.: ¡Si vos sos más calentón que no sé qué!
O.: Creo que en el fondo él sabe como que, bueno, a mí… no me puede y a la madre la puede, una cosa así. Creo que en realidad lo que pasa es que él sabe a quién puede y a quién no puede.
T.: ¿Usted notó qué pasó antes para que él haga esto con la madre? ¿Qué pasó antes, como secuencia, qué pasa para que él reaccione así con S. (la madre)?
O.: ¿Cuándo él reacciona?
T.: ¿A raíz de qué?
O.: Y… él puede reaccionar porque se le diga que no a algo.
T.: Pero usted también le dice que no a cosas.
O.: También reacciona conmigo. O cuando hay alguna dificultad entre nosotros dos.
T.: ¿Entre ustedes dos? ¿Él se mete?
O.: Entre nosotros dos, él toma partido y generalmente se hace amigo mío en ese caso, ¿no?
T.: ¿Por ejemplo?
J.: ¡Me tengo que bancar todo!
T.: Bueno, después me contás, porque después vas a hablar vos. (A O.): ¿Cómo sería, por ejemplo, esto que me dice usted?
O.: Cualquier cosa que yo diga y que la madre diga distinto, lo que sea, él ya me defiende y reacciona.
T.: ¿Y usted cómo se siente con este abogado defensor chiquitito que tiene?
O.: Según las situaciones, paso por sensaciones distintas, situaciones de placer y situaciones de displacer. Es como decir, bueno, es alguien que defiende, en una discusión de dos es alguien que pone la balanza a favor mío. Y de displacer, porque yo aprendí que eso a su vez genera mayor agresividad de parte de la madre hacia mí. Lo que pudo haber sido por segundos placentero se termina convirtiendo en minutos de displacer. Sé que al final esa situación de segundos se termina volviendo en mi contra.
J.: Estoy cansado, quiero…
S.: Ya te vamos a llevar. Te comiste un paquete de galletitas.
En este fragmento observo en mí cómo opera como fuerte atractor una mirada que proviene de mi modelización, cuando pregunto por la secuencia que culmina en violencia. Presupongo que alguien que agrede de ese modo y en esa situación asimétrica (hijo-madre) tal vez se esté apoyando en alguna coalición transgeneracional, y que tal vez, haya un instigador….
“Cuando se piensa seriamente en los actos como co-construidos y se pretende comprender la comunicación humana, la mejor unidad de análisis debe ser una tríada de acciones. Para entender lo que acontece en un momento dado, deben considerarlo como co-construido por los hechos circundantes y en función de lo que sucedió previamente y de lo que sucederá después. Esta tríada es la unidad básica de análisis”.2
Esta y otras preguntas que hago en situaciones terapéuticas adhieren a la idea de que “la pregunta terapéutica no nace de la inspiración espontánea sino que emerge desde un saber abierto”. Eso hago cuando pregunto acerca de qué pasó antes de la agresión de Juan, aludiendo a la modelización que supone los pasos que mencioné antes.
Me impacta fuertemente la palabra usada por el padre: placer.
Juan se inquieta cuando el padre describe su intromisión en la pareja. Mi intervención fue: “¿Hace mucho que ustedes tienen líos en los que Juan trata de poner orden?”.
Ellos dicen que Juan intervino desde que nació…
T.: ¿Cómo? ¿Cómo intervenía? (A J.) Desde muy chiquitito, dice papá.
J.:¿Cómo?
O.: Y, como elemento…
J. (se pone nervioso): Como elemento, elemento (aparentemente no entiende).
S.: No entiende.
O.: ¿No me entendés? Bueno, como un trofeo.
T.: ¿Vos entendés, trofeo?
J.: Nch, nch.
S.: ¿Cuántos trofeos ganaste?
O.: Como premio, como premio, a ver quién se llevaba el premio, ¿no? En la discusión o en cualquier elemento de discordia.
T.: ¿Entendiste?
O.: Cualquier elemento de discordia, de pelea familiar, de pareja, es como que era el elemento de…, se lo traía a colación o se lo llevaba o traía para ver quién lo arrastraba para qué lado o del otro.
(J. suspira.)
T.:
Ahora, los trofeos suelen ser muy valorados, ¿o no?
O.: Sí, obviamente.
T.: (A J.): Son muy importantes ¿No? ¿O no? Papá dice que siempre en una pelea de ellos era como que el que se quedaba con vos era el ganador. Así que sos muy valorado, muy importante. ¿No te sentís importante vos? ¿O no?
J.: Estoy cansado…
Cuando releo la sesión empiezo a cuestionarme ciertas intervenciones. ¿Por qué redefino la intervención de Juan como poner orden? Restos de otras modelizaciones, en tránsito hacia nuevas alternativas…. ¿Cómo cuáles? Tal vez preguntas más abiertas, sin sugerencias, ni redefiniciones… que permitan a los consultantes una multiplicidad de alternativas.
La madre dice que fue arrastrada por la situación familiar…
T.: ¿Por quién?
S.: Familiar. Por varias personas, por los abuelos, por los cuatro abuelos, por nosotros dos. ¡Ojo! No es que no soy responsable, creo que no lo generé.
J.: Vos estás hablando de los abuelos de papá, ¿sabías?
S.: Los abuelos tuyos, los padres de papá y los padres de mamá, cuatro abuelos tenés.
J.: Te estás refiriendo más a los padres de papá.
S.: Yo no…
T.: Mire Susana, ustedes tienen un chico que es un radar ¿no? (A J.): ¿Sabés lo que es un radar vos? (A S. y O.): ¿Cómo le explicamos qué es un radar?
O.: Lo que vigila la velocidad de los autos ¿viste? Eso que a los autos que van a 120, 100 les hace la multa, ¿te acordás?
T.: Percibe la velocidad. Yo digo que vos percibís todo lo que pasa en casa. Entonces, mamá dijo los cuatro abuelos y vos decís “no, no, no, estás hablando de los abuelos paternos”. Y yo voy a pensar que vos tenés razón.
J.: ¡Para zafar!
T.: ¿Para zafar dijo “los cuatro”?
S.: No, no, bueno, yo sigo sosteniendo mi postura.
T.: Cuénteme cómo participan sus padres en esto.
S.: ¿En qué?
T.: En lo que usted acaba de decir.
S.: ¿En lo del trofeo? Y, porque de mi parte fue el primer nieto.
T: Pero en las peleas de ustedes, ¿cómo están los abuelos involucrados en el trofeo? Esto, lo que estábamos hablando recién.
S.: Por ejemplo (mirando a O.), no sé si es a lo que vos te referís, pero cuando hablás de trofeo me remonto a tiempos atrás, cuando Juan era bebé. Por ejemplo, mis padres tenían adoración porque era su primer nieto. No tenían otro chiquitito en quien pensar. Mi hermana era soltera. Adoración fue. Y no veían la hora de venir [a la ciudad], ya cuando nació. Y eran mal recibidos en mi casa porque Osvaldo tiene mala relación con mis padres. Así que siempre, ya dos días antes, yo sabía que se generaba todo un clima de tensión entre nosotros dos, que por qué venían, que por qué vienen seguido, que por qué se instalan en casa…
y que no le digan… (A O.): ¿Te acordás de “Pichi”? Bueno, porque mi papá le decía Pichi a él (señala a J.). “¡Que no le vayan a decir Pichi! ¡Que no le vayan a decir Pichi!” Y si mi papá le decía Pichi, a mí me daba una taquicardia… porque me daba pena decirle “no le digas Pichi porque a mi marido no le gusta que le digas Pichi”, y a él le decía “mirá…”, y yo estaba en el medio.
J.: ¿Y los padres de papá? ¿Qué tenés que decir de los padres de papá?
S.: ¡No llegué! Me está hablando… Vamos por etapas. Me está preguntando de los abuelos maternos, cuando llegue a los abuelos paternos diré lo que tenga que decir.
J.: No, no, no, hablá de los abuelos paternos.
S.: Voy a seguir con el tema. Entonces mis padres no fueron nunca bienvenidos en mi casa, eso por un lado. Por el otro lado, vamos a la parte paterna. Juan era bebé, yo trabajaba, teníamos que dejarlo con alguna persona. La persona era la mamá de Osvaldo, que (a O.) estaba de común acuerdo, ¿no? Al principio. Fue de común acuerdo. Los dos dijimos que la abuela estaba en Trenque Lauquen, era la única abuela, así que que lo cuidara ella. Y se generaron desavenencias.
T.: ¿Entre quiénes?
S.: Entre mi suegra y yo.
T.: ¿Acerca de la educación de Juan?
S.: ¡Ojo! Que Juan tuvo esto de que lloraba, de demandar… Bueno, yo podía ponerle algún límite dentro de mis pocas posibilidades, nunca pude poner mucho límite…
J.: (a O.): Ahora va a empezar a hablar de tu papá.
O.: Cuando termine. Como dijo la señora, cada uno espera y yo voy anotando y después contesto. Porque si no termina en discusión y no entendemos nada, Juan. Cada uno habla en un orden.
S.: Yo me sentía invadida porque yo ponía un florero acá y ella decía que ese florero no, que tenía que ir allá, que hay que abrir la ventana, que hay que cerrar, que esto, que lo otro, que el chico está enfermo, que el chico tiene fiebre, que está pálido, que está anémico, que no come…, y bueno, un montón de cosas que no critico. ¡Ojo! Capaz que, probablemente sea yo. Hubo desavenencias, entonces lo hablamos (señala a O.) y nunca, jamás nos pusimos de acuerdo, “a ver qué te parece”, y bueno, así subsistimos tres años. Surgieron desavenencias porque, por ejemplo, de lunes a lunes teníamos que ir a la casa de los padres. La madre venía a cuidar a Juan… (A O.) ¿En esa época era así? Bueno, después tu mamá se iba. Muchas veces se lo quería llevar. O sea, venía, yo venía al mediodía y quería estar con Juan y ella decidía que se lo llevaba y venía mi suegro y se iban los tres. Yo me quedaba llorando en casa.
T.: ¿Por qué?
S.: Porque era incapaz… ¡Culpa mía! Porque yo le tendría que haber dicho: “Señora, usted no se lo lleva porque llegó la mamá y ahora quiero que se quede en casa”. Culpa mía. Me echo toda la culpa. Yo no supe ocupar el lugar de madre.
T.: ¿Y a la tarde?
S.: A la tarde estaba. Si yo tenía otra actividad se lo tenía que llevar a ella, porque no podía dejarlo en otro lugar. Por ejemplo, decía Osvaldo, “las guarderías no”. Yo estaba de acuerdo, las guarderías no, hasta que en un momento dije “guardería sí”. (A O.) ¿Tres años?
O.: Dos años.
S.: Dos años y medio, no, casi tres.
O.: A los dos años fue.
S.: Unas horas. Bueno, pero nunca fue… Después, cuando fue al jardín…
O.: Todas las mañanas. No sé si a las 9 o a las 10.
S.: Cuando iba al jardín, ¿te acordás que tenía que venir tu mamá a cuidar a Juan porque se le iba el dolor de la pierna si cuidaba a Juan?

 

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Metáfora

En el planteo tradicional la metáfora aparece en un contexto de algo que proviene de otro. Surge una nueva realidad. Las metáforas impregnan el lenguaje de todos los días colaborando en la formación de una red compleja.
La existencia de esta red afecta a las representaciones internas, a la visión del mundo que posee el sujeto que habla.
Las metáforas dan expresión a realidades abstractas en términos de otras más concretas, del universo de acción y experiencia humanas. Según Lakoff y Johnson estos procesos influyen en la percepción de los hechos. Si lo aplicamos a enunciados de tipo social no lo pondremos en duda: cambia radicalmente referirse a la drogadicción, tema muy actual hoy, como delito, enfermedad o plaga. Cada uno de estos enunciados conducirá a acciones concretas diferentes.
La ideología impregna fuertemente el lenguaje y se instala el prejuicio a partir de la ideología.
Nuestros conceptos estructuran lo que percibimos, nuestros movimientos y el modo de relacionarnos. Nuestro sistema conceptual desempeña un papel central en la definición de nuestras realidades cotidianas.
Nuestro sistema conceptual es metafórico, en gran medida.
Las metáforas recortadas en este momento en la sesión son la de trofeo y en un momento posterior, la madre se refiere a sí misma como “Ya bajé los brazos”.
La de trofeo es traída por el padre y la madre acuerda. Juan como trofeo.
Esto implica dos o más bandos y una competencia que incluye las acciones de ganar y perder. Ambas implican estrategias, tal vez, ataque y defensa, ya que Osvaldo luego incluye las palabras discusión y discordia.
Me detengo y me digo, en este diálogo conmigo, si mi visión del mundo no estará impregnando tal vez en exceso, la perpectiva de lectura de este material.
Más tarde, también yo utilizo una metáfora, la de radar.
Tal vez, me pregunto, si no hubiera sido mejor buscar con ellos o eventualmente “prestarles” una metáfora que les permitiera moverse del trofeo.

El fragmento siguiente está fuertemente influido por mis intervenciones vinculadas al atractor que significa para mí la modelización a la que adhiero, dentro de la cual entender el problema por el que consultan, incluyendo lo trigeneracional, es fundamental.
Osvaldo define la situación de las familias como 50% de “culpa de cada uno de ellos”, ya que cada uno debió poner en su lugar a sus padres. “Para que ninguno de los cuatro se enojara nosotros nos peléabamos entre nosotros, se generaba bronca, discusiones, problemas…”
T.: Estaban casados con las familias origen incluidas…
O.: Exacto.
O.: dice que esto ocurrió desde novios, luego de casados y que cuando nació Juan encontraron algo querido, deseado y veían a quién se lo daban o quitaban.

 

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Momento 3

Los cuerpos. El diálogo

Al comienzo de la entrevista Susana se presenta como una persona muy cuidada hasta en sus más mínimos detalles, ropa elegida y combinada, aspecto prolijo, incluso hasta en el momento en que Juan come, saca una servilleta de su cartera para las migas y la boca. Su cuerpo es armónico, su postura invita a pensar en la quietud de una estatua. Muy tensa y medida, habla poco (estuvo sola en la primera entrevista, por eso yo invito a O., en esta, a hablar primero).
Osvaldo, de cuerpo más pesado, su ropa atildada, tenso, inquieto y verborrágico.
Juan, un lindo chico con sobrepeso. Descripto como hiperkinético, se movió poco de su silla. Estuvo atento a la conversación, con muchas interrupciones, frente a la imagen que ambos padres traen de él y con la que él no acuerda. Se expresa con bufidos, suspiros y quejidos, ya que le cansa –¿le angustia?– estar ahí, siendo el centro.

 
Más adelante S. dice no estar en un lugar que le guste estar.
Dice: “no me gusta el rol de esposa que tengo en este momento. Lo detesto totalmente. No me gusta para nada. Ficticio totalmente”.
Manifiesta querer estar más cerca de Juan. No encontró el camino. Lo dice con cierta emoción.
Cuando me dirijo a O. para preguntarle si él está en el lugar que quiere estar, lo encuentro lagrimeando. Dice que se emocionó cuando escuchó a S. decir que le gustaría estar distinta como madre o como esposa.
Inmediatamente, Juan acusa a su madre de hacer llorar al padre.

 
O. le explica que la madre no tiene la culpa (palabra usada por Juan) de que llore sino que esto lo emociona.
A su vez, Susana se emociona.
J.: ¡Vos no llores! ¿Entendiste?
T.: ¿Por qué no?
J.: ¡Porque llora y es una estúpida!
T.: ¿Quién le puede aclarar algo?
O.: No es una estúpida. Llora porque lo siente. ¿Entendés? Y porque sufre y porque tiene dolor y porque quisiera entenderte más a vos y quizá también entenderme más a mí o actuar mejor. ¿Entendés? Es por eso, no porque sea una estúpida. Uno no llora porque es estúpido, uno llora porque siente. ¿Entendés? Porque tiene sentimientos, porque es un ser humano, porque uno no siempre está contento…
Juan empieza a querer irse. O. refiere la renuncia de S. a ser la madre de Juan y su deseo de ser madre de los otros.
Comienza un leve cambio, a partir de cierto reconocimiento de él (con respecto a la intervención de las familias de origen) y de cierta fisura emocional en ella cuando expresa que no le gusta el lugar en el que está como madre y esposa.
También cuando dice, rompiendo en parte “la estatua”, a

O.: “Ayudáme a verlo, capaz que tenés razón”, admitiendo que puede haber otros puntos de vista.
Aparece una evolución de las posiciones polarizadas. Aparecen las fisuras, primero de ella y a continuación la de él. Momentos de emoción, quiebre de voz, temblor.
En el diálogo es importante tanto lo que se dice como cómo se dice.
Los seres humanos sentimos que existimos en el diálogo. La carencia dialogal conduce a la incertidumbre relacional.
Se da un principio de diálogo, después de la primera sesión de los tres.
Opino que se creó un contexto de posibilidad para que emergiera la emoción. Fue un momento óptimo para un esbozo de cambio. En esta familia, tal vez se hubiera necesitado la repetición del contexo para que se sostuviera.
El momento que favorece la aparición de la emoción en O., es cuando S. dice que quiere pasar a otro escenario. Se presenta un cambio en la tonalidad emotiva que posibilita el cambio en él.
Las frases claves son: “quiero ser otra madre”, “no me gusta el lugar que tengo de esposa, no me gusta el lugar de madre que tengo”.
Relacionalmente hasta ese momento ella aparece o se vuelve como una estatua mientras él adopta la impostura.
Los atractores nos ayudan a producir sentido, al mismo tiempo que nos apartan de otros destinos posibles (de los consultantes y de uno mismo como terapeuta).
En este caso, y siendo la terapeuta, tengo que tener en cuenta esto, porque es muy relevante, ya que el tema del no-lugar es un atractor muy fuerte en la modelización de CEFYP.
En un enfoque narrativo clásico uno se pierde lo corporal.
Es importante ir generando una producción de sentido sin quedar atrapado por un atractor especial.
Esto no significa no seguir una línea privilegiada. Hay un momento en que hay que suspender la incredulidad y elegir algo que nos conduzca a caminos alternativos que nos permitan tejer tramas posibles. Uno vuelve a la causalidad porque no teje.
En el pos-estructuralismo hay sectores que están empezando a ver el peligro de una concepción exclusivamente lingüística del universo. Tomando como lingüístico a un fenómeno totalmente separado que tiene una independencia de un plano total y que se autoabastece a sí mismo.
“Pero si todo el cuerpo señala y suscita afectos y efectos de sentido, es el rostro el que tiene el privilegio (infinitamente observado) de expresarse sobre su propia expresión. El juego minucioso de los actores faciales (ojos, boca, cejas, mentón, nariz) da el sentido y lo expresa”.3
Como dice Najmanovich, ¿de qué hablamos cuando hablamos del cuerpo?
“Desde una mirada que rompe las dicotomías clásicas y que acepte dar cuenta del lugar de la enunciación lo primero de lo que tenemos que darnos cuenta es de qué estamos hablando. Es decir, estamos traduciendo al lenguaje verbal nuestra experiencia corporal” (comunicación personal).
Más adelante, en la sesión, O. hace referencia a los que según S. están condenados y los que ella quiere salvar: los más chicos.
S.: Yo bajé los brazos…
J.: Por eso no te quiero…
O. refiere que él y Juan están condenados por S. por distintos motivos, por momentos ella dice que él es un obsesivo compulsivo y que lo que pasa con J. es un tema genético. Eso le duele y le da rabia, por eso dice:
O.: Cuando la veo así, ella pasa más a ser un ser humano que sufre, que siente, que puede decir lo que expresa, por eso la miro con sorpresa y con agrado, ¿no? Por eso hace que me emocione. Y me produce ternura, no me produce bronca como cuando asume el otro, el rol de “ustedes dos están condenados…”
S.: Ese es el rol que no me gusta y que sin embargo tengo que llevar ya que no encuentro la puerta…

 

Reaparece otra metáfora en este momento, a través de Susana, que dice: “este es el precio que tiene que pagar para la salvación”.
Es una metáfora de pérdida, aunque ella se defina como una luchadora, que le pisan la cabeza y sigue adelante, Juan la detecta como que “baja los brazos”, es decir se rinde.
Aparece en ella el pago de un precio para salvarse en una lectura de condena-salvación y en Juan “bajar los brazos” como la detección de la renuncia a seguir luchando por algo: ¿un acercamiento con él?, ¿con el padre?
El quiebre emocional en ambos es un movimiento que puede ser la apertura de un nuevo camino o quedarse ahí.
La aparición de la emoción colabora en la ruptura de la estructura juicio-condena.
Más adelante, Susana dice que ella está descreída de que se pueda resolver la situación actual, ella descree. Agrega: “no es que sea falso (O.), al contrario”. Sin embargo, no le cree, y esto nos conduce a la percepción de O. como un impostor.
El armado de un personaje.
Se pudo empezar a quebrar en sesión, hubo una fisura a partir de la emoción.Tenemos que diferenciar entre catarsis y quiebra de una postura que abre la posibilidad del diálogo. Un diálogo a veces es un cambio de actitud, no necesariamente una palabra. Entiendo la impostura como un concepto relacional. Para que exista necesita un sostén.
Más adelante, S. dice: “Necesito oxígeno” como una metáfora que es tomada por Juan como una necesidad de dejar a la madre tranquila y sola.
Eso hace que yo lo defina nuevamente como radar.
Para terminar, esta es la primera de once sesiones de distintos subsistemas, la última fue de Susana con Juan. El viaje largo solos ya implicaba un desafío importante para ambos.
Después de esa entrevista yo pensaba realizar una de Osvaldo y Juan, que no se concretó.
En el receso de fin de año se fueron afuera, al regresar ella confirmó la existencia de la amante y tomó la decisión de separarse.
Por decisión propia, Juan se fue con Osvaldo a la casa de los abuelos paternos y Susana se quedó con los chiquitos en su casa.
Ella deseaba continuar con las entrevistas, O. no aceptó. Sólo aceptaba la continuación de las mismas sin el divorcio.
Mi opinión hoy sobre Juan es que más allá de lo orgánico, de lo que los neurólogos darán cuenta, está instalado en un entramado relacional complejo.
Cuando interrumpimos, estaba con poca medicación, en vías de ser retirada totalmente, por el trabajo en equipo con el derivador, que acordó con esta medida. El Dr. Pérez, luego de ver el video de la primera sesión, con autorización de la familia, acordó en que no era un trastorno obsesivo compulsivo.

 

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Apertura a los comentaristas

 

Celia Falicov: Primero quiero agradecerle a María Rosa Glasserman por la magnífica presentación, que para mí comenzó en realidad al ver la entrevista en video; el trabajo lo he leído por primera vez ahora.

 

Glasserman: Quería aclarar que los tres interlocutores tuvieron hace unos meses acceso al video completo y la desgrabación, pero ellos no conocían el cuadro de la medicación.

 

Falicov: Desde el momento en que vi la entrevista me impresionó por la riqueza enorme de la hora y media de consulta. Voy a puntualizar solamente dos o tres cosas que después podemos volver a retomar en el diálogo en la mesa o con el público.
Hay muchísimos ángulos posibles para tomar. Curiosamente, los segmentos que seleccionó María Rosa Glasserman son muy similares a los que yo también puntualicé porque son muy dramáticos en cuanto a la transformación del movimiento terapéutico que se desarrolla. Organizaré mis comentarios en tres partes.

El primer comentario se referirá a los movimientos terapéuticos que, en mi opinión, Glasserman logra con la familia en un tiempo muy corto. El segundo comentario se refiere al uso de modelos generacionales en la terapia familiar y quizás algún sesgo cultural que yo voy a mencionar, y el tercer punto se refiere a los dilemas del dualismo diagnóstico.

 

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1. Movimientos terapéuticos observados


La posición terapéutica de exploración, de apertura, de curiosidad, de sorpresa, de calidez y ternura, se manifiesta a través de las posiciones corporales, los diálogos, los afectos, que la terapeuta maneja en la sesión, y que se aprecian más claramente en el video. Es difícil moverse en una dimensión de blanco y negro del papel, pero yo terminé de ver el video de esta familia con una sensación de compasión y de emoción por todos ellos, por cada uno de ellos y por la relación entre ellos.
¿Cuál es la danza, la coreografía que Glasserman va logrando? Yo diría que empieza al principio de la sesión, al ir de los rótulos a los significados casi inmediatamente.
Lo primero que ella hace en la sesión es escuchar, sin aliarse con los expertos que dicen: “este niño es hiperkinético, es obsesivo compulsivo”. Ella lo que hace es decir: “No sé qué quieren decir estos rótulos, ¿me dicen qué quieren decir para ustedes?”. No acepta la mirada del otro profesional, pide la mirada de la familia.
a. Se mueve, entonces, de los rótulos a los significados muy tempranamente. Va de la mistificación del niño con un diagnóstico encubierto a hablar en una forma muy transparente, sugiere que ella prefiere hablar delante del niño. “Prefiero que él esté aquí, que hablemos de todo”, en lugar de sugerir hablar del chico como un paciente identificado, que tiene ciertas características que ella, con los padres, supone que ya entiende.
b. Va de lo general a lo particular: el padre dice que el chico tiene problemas pedagógicos, sociales, familiares. Ella indaga cada una de estas cosas cuidadosamente, pregunta cuál es el problema pedagógico, cuál es el problema social, cuál es el problema familiar y siempre agrega en el proceso una normalización de la conducta del niño. Por ejemplo ellos le dicen: “Porque él no lee libros en la casa”, y entonces ella dice: “¿Él cuántos años tiene?”, “Tiene diez años”, “¿Ustedes cuántos libros leían cuando tenían diez años?”. Se mueve en una forma sutil, normalizadora, percibiendo al niño como alguien que tiene conductas que podríamos esperar de todos nosotros.
c. Va de lo individual a lo familiar también dentro de los primeros 20 minutos de la sesión. El padre describe cómo la madre y el chico se pelean y ella inmediatamente dice: “¿Usted interviene?”. Entonces pasa de una situación donde el padre habla de la esposa y del hijo como objetos a observar, a hacerlo el sujeto de esta exploración. Y dentro de los primeros 20 minutos también empieza una exploración de las secuencias alrededor de la conducta del hijo. Cuando el hijo interviene y habla con la madre en forma muy violenta (la llama “hija de puta”), ella inmediatamente pregunta: “¿En qué momento sucede esto, qué es lo que usted hace alrededor de esta secuencia?”. A través de estos movimientos, surge un entendimiento de las triangulaciones emocionales y desde allí se instala una transformación de la alianza padre-hijo y una modificación de las formas en que la madre es tratada. Yo creo que eso es lo que motiva a la madre a decir que a ella le gustaría tener otro papel en la familia. Y el esposo, creo que por primera vez (María Rosa Glasserman lo puntualiza muy bien), defiende a la madre explicándole al chico por qué la madre se siente mal en su papel.
Glasserman dice que a ella le hubiera gustado más dejar que la familia construyera sus propias metáforas. Creo que, en realidad, ella ayuda a pasar de lo literal a lo metafórico. Da pautas muy rápidamente a la familia de cómo llegar a las metáforas. Creo que el padre usa palabras como: “Hay elementos” y Glasserman dice: “¿Qué elementos?”. Y ahí el padre en algún momento dice: “Sí, porque él es alguien muy especial, como un trofeo”. Y ella lo deconstruye, diciendo: “Es un premio”. Entonces, es difícil saber quién empieza qué, yo siento que es co-creado.
Entonces el movimiento terapéutico va de los rótulos a los significados, de la mistificación a la transparencia, de lo general a lo particular, de lo individual a lo familiar, del objeto al sujeto y de lo literal a lo metafórico.

 

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2. Uso de modelos transgeneracionales
Esta es una familia que vive en un pueblo muy chico, donde la familia de origen probablemente sea una familia muy vigente todavía, más que en los ambientes urbanos. El hecho de que la madre del esposo es una persona muy importante, como una babysitter de la familia, probablemente sea bastante normativo en este tipo de familia. Me gustaría entender más cuáles son los vínculos tan fuertes del hijo hacia la madre, en esta familia, que tiene que ir a visitarla de lunes a lunes, aparentemente. Es cierto que parece que es un abrazo que aprieta demasiado, que aprieta tan fuerte que puede ahogar. Pero en general creo en la familia extensa; puede ser que en esta situación esté vigente, y que los modelos que utilizamos no tengan bastante en cuenta las interacciones creadas dentro de familias trigeneracionales. Anteayer, cuando llegué a Buenos Aires, tomé un taxi para ir a la casa de mi mamá y el taxista me empezó a preguntar cosas personales, y una de las cosas que me dijo fue: “Así que va a ver a su mamá, qué suerte que va a ver a su mamá. Yo perdí a mi mamá y usted… es tan importante tener a la madre, yo la perdí cuando era joven, y por suerte tengo una hija mujer y es una forma de mantener la cercanía familiar, porque a los hijos varones uno tiende a perderlos”, porque los hijos varones, en general van de visita a la casa de la madre de la esposa. Me comentaba acerca de una situación aparentemente cultural, donde es más común que la hija –no el hijo– quede cerca de los padres. Lo planteo como una pregunta, no sé si sería verdad en la situación de esta familia. Hay muchos estudios de familias intergeneracionales –en las que todos viven muy cerca– que describen tensiones entre la madre y la suegra. En Japón, en la India, en México, hay muchos estudios en los que los primeros años de matrimonio son parecidos a la descripción de esta familia, donde hay una gran tensión entre la esposa y la suegra y el rol del hijo/esposo como parte de un proceso de individuación o de gradual separación. Es un momento crucial del ciclo de vida, que se desarrolla en forma diferente en familias nucleares que en familias extensas.

 

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3. Dilemas del diagnóstico
El tercer punto tiene que ver con los dualismos y dilemas del diagnóstico. Este niño fue tratado durante muchos años con
un diagnóstico de hiperkinesia y de trastorno obsesivo compulsivo. Estos diagnósticos son socialmente construidos. Y eso es algo muy claro cuando queremos movernos de un rótulo individual a un rótulo familiar.¿Qué significa esto, que sea socialmente construido? Probablemente son ideas que la gente impone sobre realidades observadas, que en este caso podría ser que se dijera que Juan es un chico inquieto. Sabemos, por la transcripción, que Juan lloraba mucho. La madre dice: “ojo que él lloraba mucho, demandaba mucho de bebé”. Yo me pregunto, ¿es posible que en la conducta de Juan hubiera algún tipo de predisposición, de temperamento biológico que lo invitara a ser un foco de atención de la familia, o a estresarse más por los conflictos entre los padres?
El diagnóstico es una imposición a una realidad de conductas que antes era quizás aceptable históricamente, o que constituye tal vez una mejor descripción presente de un tratamiento, de una evolución de las ideas sobre cómo ayudar a los niños. ¿Debemos decidir entre un polo de la naturaleza o el ambiente? ¿O deberíamos hacer un espacio para poder hablar de las dos cosas, un “both” y un “and”, y poder seguir tratando las dos posibilidades? Lo abro como una posible pregunta. No sé si el diagnóstico fue totalmente equivocado, y aunque fuera así, aunque fuera un diagnóstico equivocado ,y no hubiera algo natural o biológico, habría quizá que pensar que hay una construcción interactiva en la que Juan, al haber sido clasificado, esté manifestando algunas características de autoprofecía, o que algunas personas alrededor de él, como maestros, tutores, compañeros, abuelos, padres, lo hayan congelado en ese tipo de diagnóstico. ¿Qué tipo de retrasos evolutivos puede haber sufrido por el diagnóstico? ¿O qué adelantos posibles puede todavía hacer dentro de ese diagnóstico? Yo diría que una de las tareas del siglo xxi es dejar los dualismos y trabajar con la creación de un espacio teórico para poder tener las dos lentes: la lente natural y la lente social. El caso que presenta María Rosa Glasserman nos abre un camino magnífico para un diálogo que envuelva esa posibilidad de un verdadero encuadre bio-psico-social.

 
Estrella Joselevich: Por suerte han cubierto aspectos fundamentales, entonces puedo contar anécdotas, lo cual es más fácil.
Resulta que hace unos diez días fui al campo, era un día de muchísima llovizna, muy gris, y ahí estábamos de pie, en una zona de pasto medio irregular. Había un matrimonio, que yo no conocía, de unos treinta y pico de años, con una nena. Otras dos señoras de unos cuarenta y pico, cincuenta años, una cuadra más allá había tres o cuatro vacas negras y blancas. El señor dice: “Mirá gorda (le habla a su mujer, que en realidad era chiquitita, menudita y flaquita), mirá la vaca, mirá la vaca que está comiendo, tiene algo en la cola. No sé, serán los intestinos que los tiene salidos para afuera”. Ella mira y mira, y dice: “No, ¿cómo va a ser eso? Debe ser un tumor”. Y la otra señora, que estaba más cerca mío dice: “Eso debe ser una deformación, algo de nacimiento, debe ser algo que tiene esa pobre vaca desde siempre”. La vaca seguía comiendo pasto lo más tranquila. El señor dice: “Traje binoculares, los voy a buscar al auto que está acá nomás”. Yo estrenaba mis lentes multifocales y en realidad trataba de ver a través de la llovizna y ni siquiera veía muy claro porque no me podía manejar muy bien con mis nuevos lentes. En eso vuelve el señor con los binoculares y, al mismo tiempo, pasa un muchacho de unos veinte años que trabajaba en el campo. Al oír que las señoras siguen discutiendo si eso era intestino, o tumor, o deformación de nacimiento, el muchacho dice: “No señora, ¿no ve que son las patas del ternerito que está pariendo la vaca?”. Y el hombre de los binoculares le dice al muchacho del campo: “¿Cómo, cómo puede ser? Si está pastando, está comiendo”. Y entonces el muchacho le contesta: “¿Y por qué no puede ser? Está pastando igual y tiene las dos patas del ternerito ya salidas hacia afuera desde hace como dos horas, señor”.
Podemos detenernos a discutir sobre esta cuestión de la atribución de significados de acuerdo a lo que cada uno comprende o ve, tema viejo entre nosotros, trabajado desde hace años y encarado también dentro de esta excelente presentación de María Rosa Glasserman. Después de haber leído más de una vez este material tan rico, tan interesante –Glasserman y Falicov dijeron, en su exposición, cosas muy importantes– podemos detenernos en esta cuestión. Yo no conocía este material, y me pareció excelente.
Veinte años antes, dice Glasserman, y ahora…, cómo miramos algunas situaciones, cómo construimos y qué entendemos de lo que le está pasando, en este caso, a esta familia. Es muy interesante porque según los datos que nosotros miremos, y cómo construyamos la significación de esos datos, será diferente también nuestra lectura y el peso que le vamos a dar relativamente al recorte de datos que vamos a agrupar como significativos. A mí siempre me parece particularmente importante la construcción que vamos haciendo sobre qué datos son información significativa y suficiente para nosotros. Glasserman está relatando todo un pasaje de muchos años a una Modelación o Modelización, palabra con la que resueno porque es muy dinámica, no está hablando de modelos que pueden ser un poco más hechos, definidos, tal vez cerrados, sino que está hablando de procesos, y seguramente nosotros miramos los datos dentro y desde nuestras modelaciones, desde nuestros devenires de pensamiento. ¿A qué datos, para nuestro esquema referencial, le estamos dando un peso fuerte, a cuáles les estamos dando –y ahora sí uso con toda conciencia la palabra “modelo”–, para nuestro modelo, el carácter de datos hegemónicos para nuestros consensos, en nuestro marco referencial compartido, y cuáles otros datos dejamos como datos débiles para nuestra comprensión de la situación –podríamos decir datos marginales o también, datos subalternos, categoría que se usa a veces en el estudio de la historia de los procesos humanos–. Si lo pensamos, quiere decir que nosotros estamos considerando que son datos más débiles, secundarios, y tal vez pasan a formar parte de nuestro lenguaje de exclusion de datos.
¿Qué datos excluimos, con o sin intención, en nuestros procesos de comprensión y de intercambio con la familia? En este conjunto, en esta sesión tan rica que trae Glasserman, es bien interesante poder mirar junto con ella qué camino de datos fue siguiendo para transitar con esta familia un proceso en el que parte del paciente individual –en este caso, un niño medicado con intensa asistencia neurological, hecho anterior–, y está explorando otras áreas. Esas otras áreas de lo interrelacional, ¿qué lugar pueden ocupar? ¿Para la terapeuta o para cualquiera de nosotros van a pasar a ser nuestro lugar hegemónico? ¿Van a pasar a constituirse como nuestros datos de peso fuerte para entender de alguna manera lo que está pasando? ¿Qué vamos a hacer con los datos previos? ¿Qué vamos a hacer con esos datos previos del trastorno obsesivo compulsivo, de la hiperkinesia? Por ejemplo, ¿podríamos considerar que parte de lo que le puede estar pasando a este chico –que es inquieto, que habla, que interrumpe, que tiene un rol protagónico en el estrés tan marcado de la pareja– se relaciona con una cierta tendencia hiperkinética que este chiquito trae desde antes, o no? ¿O nosotros vamos a considerar que tal vez la mayor parte de los fenómenos que vemos van a tener que ver con la calidad de fenómenos inter-relacionales que suceden a nivel de esta familia? Como no están incluidos acá los otros hijos, no sabemos qué pasaría si ellos estuvieran aquí presentes. Quisiera entonces pasar a lo que podría ser un pequeño subpunto: si estamos hablando de situaciones relacionales, vamos a estar hablando de construcción relacional de subjetividad. Dentro de este panorama, quiero volver a alguna de las metáforas que usó María Rosa Glasserman, que me parecieron muy claras. Por ejemplo, ella menciona entre los trozos que recortó y que fueron leídos, la metáfora del radar.
Recuerdo también, en otro segmento que no fue leído hoy, que ella le dice a la familia que Juan es un trabajador, que siempre está trabajando al servicio de la familia y que por esta situación que se da entre los padres le queda muy poco espacio o energía para poder aprender otras cosas. Y eso me llevó a pensar no solamente en el apego que hay, en el attachment que hay, sino también en el sistema de apego. Nosotros podríamos decir que este sistema de afiliación está muy constreñido en términos de lo que se ha considerado que sería tal vez una época evolutiva más adelantada, o un momento facilitador para que Juan pudiese salir al aprendizaje, y salir más cómodo al mundo, que sería el otro momento, el de la exploración, que tiene que ver con una mayor diferenciación y una mayor autonomía. Entonces también habría posibilidades de enramar, de entremezclar algunas otras metáforas, y agregar a aquella visión de Glasserman, seguramente en la misma línea, que el niñito queda apegado o pegado, y no puede aprender, explorar. Queda trabajando para, en lugar de poder abrirse a reconocer activamente, desarrollar, incorporar, desplegar.
Y en ese sentido, en estas complejidades de situaciones, muchas veces trabajando con familias, y en familias con chicos, y en familias con chicos con dificultades, a veces también en familias con adolescentes, a veces también en adultos, me surge una terminología a la que soy siempre muy afecta, que es por qué no usar algunos términos o algunas ideas como la posibilidad de realizar diagnósticos inquietos. ¿Y por qué inquietos? Justamente porque nos permiten tener en nuestra interioridad oscilaciones enriquecedoras de comprensión y de trabajo, abriendo posibilidades y caminos. Y esta sesión de Glasserman me hizo recordar también esto: ¿Qué distinguiríamos como figura relevante de las dificultades, o sufrimientos, o problemáticas, de esta gente? ¿Qué pondríamos como fondo? ¿Qué dudas surgen? ¿A qué le daríamos relevancia? Por eso me resulta particularmente útil para este tipo de situaciones –donde además hay pre-rotulaciones muy fuertes, a lo mejor con razón, a lo mejor no– cierta forma de evaluación que nos permite dejar algunos signos de pregunta muy claros, definidos como preguntas, o como problemas, o como incertidumbre, y no como situaciones problemáticas vagas. Tal vez nos permitan prácticas reflexivas continuadamente inteligentes.

 
Carlos E. Sluzki: Ser el último orador de esta serie me hace acordar a la viñeta del joven vendedor de pescados que marchaba por la calle con su carrito, voceando con energía: “Pescado, pescado fresco, pescado”, y atrás iba caminando su padre, un viejito que murmuraba: “Yo también, yo también”. Porque me encuentro diciendo “Yo también, yo también” a muchas de las cosas que ustedes dijeron… Es una presentación muy interesante, y una sesión extraordinaria. Ustedes (el público, el lector) se han perdido la oportunidad de ver en video lo pesado que es este chico, no se dan una idea, por lo menos quince veces en el curso de la entrevista dice que quiere ir a McDonald’s. Se queja: “Acabala, che!”. “Quiero salir”, interrumpe, es pesado, y este ángel que es la terapeuta, con un tesón increíble, mantiene una tesitura permanente de fe sistémica.

 
Glasserman: Ustedes saben que siempre es el ojo del observador. Quiero contar que a mí este chico me engendra mucha ternura; es decir que para mí no era una estrategia, a mí me conmovía profundamente.

 
Sluzki: Yo no estoy criticando al chico (si bien yo lo habría estrangulado, pobrecito), estoy hablando de lo que refleja y lo que deja afuera una transcripción. Entonces, lo que decía es que la terapeuta demuestra una extraordinaria fe sistémica. Y esa fe sistémica se traduce en respetar el comportamiento del niño como indicador, como participante, como mensajes en la interacción, y no como ruido, no como fastidio, en cuyo caso no le tapona la boca con dulces o lo echa, sino que lo tranquiliza y al mismo tiempo lo mantiene como parte de la familia, lo que genera parte de la enorme riqueza de esta sesión. El hecho es que el niño fue parte constante del proceso entre los padres y permitió toda esa evolución que fue ya discutida, así como la serie de metáforas que fueron apareciendo, a saber, el hijo como aliado del padre, el hijo como trofeo de la familia de origen y también de la otra familia, el hijo como radar activo e hiperactivo, e hiperalerta. Yo pienso que había otra metáfora que estaba operando en la mente de la terapeuta, a saber, el hijo como barómetro de la tensión emocional, como indicador del sufrimiento colectivo, que hacía que la terapeuta tomara ese dato y lo incorporara constantemente al triálogo terapeuta-padres, no como extraño sino como una señal particularmente activa. Y esto permitió, durante el curso de la entrevista, el enriquecimiento emocional, progresivamente, a medida que el barómetro iba marcando las tensiones, y la terapeuta lo retenía en lugar de expulsarlo como un problema del hijo (que hubiera sido lo que ella dijo que hubiera hecho veinte años atrás; yo pienso que lo dice por humildad, probablemente hace veinte años ya estaba germinando en ella el pensamiento sistémico a su propia manera). Todo esto facilitó esa evolución conmovedora en la sesión. Conmovedora no sólo porque a los padres se les llenan los ojos de lágrimas sino porque se produce un movimiento en dirección a otra metáfora (más allá del hijo como aliado del padre, del hijo como trofeo, del hijo como radar), la del hijo como hijo. Y el hijo como hijo requiere que los padres se integren como díada, que sean una pareja, cosa que hasta ese momento no eran. Al final de esta entrevista se perfila un “emparejamiento” de los padres y es un momento en que el hijo puede empezar a ser hijo. Esa es la dirección en la que el proceso terapéutico se está moviendo en todo momento, y que genera esperanza en la capacidad de cambio. El seguimiento (que las cosas no terminaron felizmente y que todos no fueron corriendo a la playa) es hasta cierto punto irrelevante, porque no pienso que el objetivo terapéutico fuera necesariamente que los padres se unieran, sino desenganchar al pequeño del destino de paciente somático en el que estaba encaminado. Habría sido ideal un final de “todos felices”, cosa que pasa ocasionalmente en las telenovelas, después de muchos sufrimientos, pero permite con todo activar una idea que a mí me resulta interesante (se lo oí decir, no me acuerdo si a Andolfi o a Cecchin), a saber, que cada vez que hay un affaire merece buscarse un contra-affaire… Entonces yo me preguntaba, mirando a esta familia: ¿dónde está el contra-affaire? Por cierto que el contra-affaire no es el involucramiento excesivo de la madre con el hijo, porque, al contrario, el hijo estaba mucho más envuelto con el padre, por lo menos en el texto de la entrevista. Aún más, el padre estaba excesivamente envuelto con su propia familia, con lo que ya había un previo affaire en esta familia que no había sido resuelto favorablemente, porque no había permitido generar en esta pareja una díada con buenas fronteras intergeneracionales. Parece más bien una escalada de affaires, más que un contra-affaire. Aparece el affaire del padre con su propia familia de origen, después el del padre con el hijo y después el affaire del padre con la otra. Y en todas estas circunstancias la madre, erigiéndose como una suerte de víctima herida y un tanto histriónica a lo María Félix, se va debilitando progresivamente y perdiendo más terreno. Esto permite especular que, desde el punto de vista de la actividad terapéutica, todavía hay caminos potenciales extremadamente interesantes, tales como cómo continuar trabajando con esta mujer, si es que es ella la que queda como paciente. Todavía tenemos que ver cómo termina la historia, y tal vez tendremos que venir al próximo congreso de CEFYP para saber si fue posible restablecer en ella una identidad que no requiera la presencia de estos affaires para hacerle recordar que necesitamos fronteras claras para establecer nuestra propia identidad.
La entrevista es extremadamente elegante, extremadamente lúcida y además es un placer poder compartir una mesa con María Rosa Glasserman.

 
Glasserman: Muchas gracias. Me parece interesante esto que dijo Carlos Sluzki del contra-affaire porque voy a comentar algo que yo supongo, y es que efectivamente había un contra-affaire; y no va a haber lugar para esa terapia que vos suponés que podría devenir conmigo, porque el contra-affaire es con su terapeuta. Ella tiene un terapeuta individual, el marido es muy celoso, pero no está celoso, lo denigra solamente porque es homosexual. Esta mujer y su terapeuta eran muy amigos, e intentaron probar si podían ser paciente y terapeuta. Ese es el contra-affaire, para mí. Me gustaría abrir el debate al público.

 
Mujer 1: Quiero realmente agradecer a la mesa porque los cuatro participantes me han hecho reflexionar permanentemente, han sido un estímulo para plantearme cosas que a lo mejor uno se pregunta como terapeuta muchas veces, pero que en estas situaciones han sido un clivaje para un contexto. Para preguntarse más, surgen de nuevo y resurgen frente a estos estímulos. La sesión me pareció bellísima, una conjunción de ciencia y arte. Me producía un placer estético seguirla. Ahora, los cuatro de alguna manera me llevaron a preguntarme algunas cosas que quizá tengan que ver con el fin de siglo y uno hace evaluaciones y proyecciones. Me quedó resonando una pregunta que hacía Glasserman: “¿No tendría que haber sido una pregunta más abierta que la que le hice?”, o “¿No podría haber hecho tal cosa?”. Celia Falicov planteaba: “¿Y no podremos tener que precisar en los diagnósticos qué de natural y qué de social hay para poder construir un enfoque psicosocial?”. Estrella Joselevich de alguna manera retomó el tema cuando preguntó: “¿No tendríamos, quizá, que poder especificar, para seguir haciendo un proceso inteligente y de toma de decisiones a partir de ahí?”. Y Carlos Sluzki volvió a traer comentarios sobre cosas que de alguna manera uno sabe desde hace mucho tiempo, como esto de que habría que equiparar la relación de pareja y poder darle al niño alternativas de acción personales.
Entonces yo pensé: ¿Cuántas cosas nosotros integramos de conocimiento a través del tiempo, que se han desarrollado en la terapia familiar? ¿Cuántas preguntas nos quedan todavía abiertas? Yo pensé: ¿Hasta qué punto nos hemos desarrollado y hacia dónde tendrá que ir nuestro desarrollo? Y ¿qué significa seguir desarrollando la terapia familiar? Para mí, personalmente, es un interrogante que me gustaría conversar, sobre el que me gustaría escuchar feedbacks. Porque creo que a veces hemos entendido el desarrollo de la terapia como el desarrollo de sucesivos modelos, y en realidad tengo la sensación de que algunas preguntas realmente importantes dentro del contexto de los terapeutas quedan aún sin respuesta frente al desafío de un nuevo siglo, cuando otras terapias están dando otro tipo de respuesta. Esta es, para mí, una preocupación.

 

Hombre 1: Me gustó eso de la fe sistémica. Yo pertenezco a la fe psicoanalítica e individual, pero como somos pocos fanáticos, tengo muchos amigos, que me invitan a participar. Me gustó mucho la mesa. Y hay algunas cosas que principalmente quería puntualizar. Lo que más me interesó del material clínico fue la apertura, el estilo de interrogación que tiene, creo que no se trata de una fe, sino de una postura. De alguna manera yo quiero rescatar lo de Estrella Joselevich, el ejemplo que dio del campo, que alude a una metáfora que me es afín. Nos muestra, creo que muy puntualmente, el riesgo de cerrar, el riesgo de atribuir significados. Cuando partimos de presupuestos, y vamos al encuentro de un material clínico, siempre vamos con una teoría. Lo que me gustó del material clínico es que yo no podría decir qué teoría tiene María Rosa Glasserman en esta entrevista. No es que esté en contra de la teoría, para aquellos que no me conocen, hablo de la posibilidad de apertura y de interrogación. Soy de la idea de que las metáforas no son individuales, son relacionales y estaría de acuerdo con Falicov en que Glasserman no introduce una metáfora, sino que abre la posibilidad para la construcción. Ese es un punto; el otro punto que me es muy afín es el tema de lo emocional. Yo creo que el viraje se produce en una entrevista cuando se fisura la estructura emocional fija. Hay un viraje emocional y eso permite una apertura que después veremos a dónde nos lleva. Ahí es donde yo más punteo esta entrevista. Lo que Glasserman hace muy bien es no atribuir significados, deja que flote cierta incertidumbre acerca de qué significación puede haber atrás de esta emoción, y el viraje se produce, para mí, cuando el padre se alía a la madre. Hay un viraje muy claro de un enfrentamiento a una alianza diferente. Esa alianza, desde mi esquema teórico, la pienso siempre como un viraje emocional afectivo. Creo que eso es lo rescatable, siguiendo el ejemplo de la vaca, si cerramos somos como porteños en el campo, estamos siempre atribuyendo cosas que no sabemos. Y lo que quizás esa pareja podría haber hecho es preguntar de qué se trata, algo que nos cuesta a los terapeutas en general, porque ante la incertidumbre cerramos. Así que yo quiero rescatar fuertemente de esta entrevista la situación de apertura y generadora de preguntas.

Sluzki:
Quiero agregar algunas ideas, estimuladas por el comentario de Coqui Casabianca. Cada vez que pasamos de un siglo a otro nos cargamos de interrogantes (¡qué suerte que no pasamos de siglo a siglo muy a menudo porque si no nos abrumarían los ataques existenciales!) y la pregunta de hacia dónde va la terapia familiar es muy pertinente porque, en última instancia, María Rosa Glasserman empezó su presentación hablando de su propia evolución, pasando del niño en el contexto familiar a la familia como sistema. Pienso que el interrogante que plantea Casabianca es muy importante para poder mantener fresca y abierta todo el tiempo la noción de que estas son ideas en evolución, que nuestros modelos están evolucionando constantemente. Y uno podría preguntar: en este momento, ¿en qué dirección vamos? Una posible respuesta es: en dirección a las prácticas narrativas muy diversificadas. O bien, por ejemplo: ¿cuántos de ustedes están haciendo mediación –que hace diez años no sabíamos que existía– en este momento? Y otros están explorando, estoy seguro, otro tipo de prácticas –consultas institucionales, o en la frontera entre medicina y familia– que se enriquecen, y enriquecen los modelos sistémicos. Con lo que, tal vez, la respuesta es que en algunos grupos se están profundizando y sofisticando las prácticas familiares, y en otros se están diversificando y abriendo múltiples líneas que van heredando ideas sistémicas e ideas narrativas mientras evolucionan hacia nuevos derroteros. Ese es uno de los rasgos fascinantes de nuestro mundo profesional, que no nos sentamos en un credo, en una cosmogonía cerrada y nos alimentamos de ella, sino que nos mantenemos abiertos, con ciertas dificultades a veces, pero abiertos a novedades cada vez más interesantes.

Glasserman:
Yo quería decir que la palabra modelización la introdujeron Juana Droeven y Denise Najmanovich, designando la diferencia entre un modelo fijo y algo en movimiento. Es un concepto que tenemos que agradecer a estas dos profesionales.

Falicov:
Quiero hacer un pequeño comentario. Uno de los estímulos acerca de esta familia, tiene que ver con la transformación que la familia sufre de acuerdo al contexto social. Ignacio Lewcowicz* dijo muchas cosas muy importantes, pero especialmente una me hizo sentir identificada con él de inmediato: fue la idea de que un historiador es un sujeto que tiene una sola palabra: “depende”. Podríamos decir lo mismo de los psicoterapeutas, que solamente tienen una palabra que define su oficio, y esa palabra es “depende”. Es decir, depende de la situación de cada familia, cada familia es individual o idiosincrática. Sin embargo también es cierto que otra de las cosas que Lewcowicz dijo es que hay algunas cosas importantes en transformaciones radicales, tales como la transformación de las formas familiares, y que aun durante transformaciones hay lugares de inercias, lugares donde los modelos antiguos todavía existen. Quizá lo interpreté como lugares de stasis, que hasta cierto punto generan tensiones con los lugares nuevos. Pienso que una de las cosas interesantes de esta familia es precisamente un contexto de obligación muy fuerte, una fusión emocional muy importante, con un modelo quizás antiguo, que es el modelo de la relación del padre con sus propios padres, que hace que todos los sujetos se transformen en objetos de las reglas sociales. Son objetos de una lealdad familiar muy, muy profunda, y lo maravilloso del trabajo de Glasserman es precisamente transformar a todos ellos en sujetos con su propia individualidad. Las cosas que la terapeuta hizo tienen el peso de más de veinte años de su experiencia personal. Las sutilezas de las intervenciones sólo vienen con una gran experiencia, y la experiencia viene de mapas aprendidos, no solamente de territorios transitados, sino también de la adquisición de mapas. Entonces pienso que para la gente joven, para el entrenamiento, para el caminar el camino de la terapia, la adquisición de mapas, mapas que tienen que ver, por ejemplo, con las familias transgeneracionales comparadas con las familias nucleares, son importantes. Para el terapeuta experto ya son parte del armamento de los automatismos, pero antes de adquirir los automatismos posiblemente la adquisición de mapas todavía sea importante. La adquisición crítica, por supuesto, de mapas posibles.

 

Mujer 2: Quisiera hacer una pregunta abierta a cualquiera de los panelistas. Me interesa saber si alguno, en el contacto con el material, tuvo algún pensamiento o alguna pregunta acerca de los hermanos de este chico.

 

Sluzki: Yo había pensado que los otros hermanos eran aliados de la madre pero que no habían sido traídos porque no estaban metidos en el conflicto. Pero en realidad la cosa no es así para nada, sino que era un subgrupo que había quedado en reserva en la casa. Es posible que la madre no los haya querido traer, entre otras cosas, porque es un grupo seguro que ella tiene, mientras que acá ella está invadida por los padres de él y por el hijo, que pertenecen todos al otro bando. Todos los chicos son trofeos en esta familia, aunque son trofeos de diferente tipo.

 

Glasserman: No sé, los chicos vinieron a la terapia, no podía incluir todo el material. La nena está, lamentablemente para mí, en el mismo camino que Juan y el hijo perfecto modelo, ya sé que la pregunta va entre hermanos, es el del medio. Y hay una enorme protección de este chico a sus hermanos, de Juan a sus hermanos más chicos, algo similar a lo que se da en el caso presentado por Carlos Sluzki ayer.

 

Hombre 2: Quería comentar el impacto que en mí provocan este tipo de sesiones. A mí me emociona la ruptura de una rigidez en el funcionamiento mental de la familia.
Hubo una concordancia en las dos mesas, cuando hicieron hincapié en lo importante de la ubicación del terapeuta familiar frente al desconocimiento, a lo desconocido de este encuentro y también de la ubicación de estos terapeutas en el lugar de no expertos, sin aliarse con los expertos. En el caso de ayer (véase págs. 21-68 de este volumen), los dos terapeutas familiares venían fracasando en el intento de poder conectarse con esta familia, y en este caso todos los otros trabajadores ya habían dado sus diagnósticos, con múltiples medicaciones, sin que ninguno pudiera explicar y responder en forma satisfactoria.
Entonces me empiezo a preguntar por otra de las cosas que se dijeron acerca de la importancia de la investigación en todas las formas de tratamiento, sobre lo que los caracterizaba y lo que los ponía en común de parte de los pacientes, el vínculo con el terapeuta. Entonces la apertura a lo desconocido parece ser que se estaría dando a través de este vínculo que se establece con el terapeuta. Esta fe sistémica es lo que estoy queriendo conocer e ir descubriendo sobre todo porque en los dos materiales se ve una gran plasticidad de los terapeutas, que se ubican en el ojo en lo relacional y no en lo metapsicológico, ni en el funcionamiento mental, ni en un diagnóstico tipo DSM 4, ni en una necesidad de un problema biológico. La modalidad relacional está favorecida por la ubicación del terapeuta en un lugar neutro, para ser llenado por la familia y de ahí en más empezar a construir. ¿Cómo se entiende esta forma de conexión del terapeuta con la familia para reinscribir, o descubrir, para seguir adelante con lo desconocido?

 

Glasserman: No creo que se produzca desde un lugar neutro. Ser sistémicos es, en parte, creer que la neutralidad no existe. Pero sí se da desde lo que ya mencioné: el saber. Un saber abierto que es distinto. Retomando lo dicho por Droeven y Najmanovich, es un acercarse con una vocación de relacionarse y poder escuchar lo que el otro plantea, pero de ninguna manera neutralmente.

 

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