LIC. MARÍA ESTHER CAVAGNIS

Abstract

Este artículo intenta poner en consideración  algunas ideas para que la clínica de niños no se convierta en una práctica  capturante y de opresión de la potencia infantil, sino que por el contrario intente liberarla de sus atrapamientos y permitir que la vida se exprese. Para ello propone “pensar lo que pensamos” en relación a  3 dimensiones  decisivas:

1- La relación entre naturaleza y cultura.

2- La familia y lo familiar.

3- La historia. A partir de ello intenta trazar algunas líneas para una práctica clínica revolucionaria, cartográfica y artística.

Este texto está basado en las voces de muchos niños que se abrieron camino para expresarse, generar afectos y afectarme profundamente y, en los aportes de muchos autores entre los que destaco a Michel Foucault y a Deleuze, principalmente en su texto “lo que dicen los niños”.

 

1-Naturaleza – Cultura.

La era pre-moderna[i] y la revolución industrial rompen la armonía ecosistémica entre el hombre y la naturaleza haciendo del dominio la forma de relación y fundamentando en la apropiación y del utilitarismo la base del vínculo.
Conocer el  funcionamiento de la naturaleza para dominar y controlar.
Todas las manifestaciones de esa naturaleza deben ser controlados mediante tecnologías adecuadas: extraer de la tierra sus dones diezmándola en su potencia para  sacar el máximo provecho y sujetar (limitar- controlar) los cuerpos  reduciendo  los márgenes de libertad.
La ruptura del lazo social deviene necesarias para estos fines. Si hay comunidad el control se ve amenazado. Se necesitan individuos aislados sin potencia para resistir.
Las sociedades disciplinarias alcanzan su apogeo a inicios del XX y son ellas las que inauguran la organización de los grandes espacios de encierro. El individuo nunca cesa de pasar de un ámbito de encierro a otro, cada uno gobernado por sus propias leyes: primero la familia; en seguida, la escuela; luego la fábrica; y si esto fracasara el psiquiátrico o la cárcel,  lugares de encierro por excelencia.[1]
Los niños empiezan a ser educados al  interior de la familia y esta se vuelve la maquina abstracta para la  producción de sujetos dóciles y este sometimiento se codifica y sobre codifica en  una cultura fono-falocéntrica[2], que hace un culto a la ley y a la palabra como fundamento de lo social; a la razón por sobre la intuición y los afectos y a la autonomía por sobre lo común.
Es en este dominio  discursivo que se regulan las relaciones entre adultos y niños  en la cultura quedando así en presencia de la mayor asimetría de la historia, como dice Eduardo Bustelo Grafigna[ii]: el modo como concebimos a la Infancia, no al niño o la niña singularizados, sino al colectivo infancia, expresa el lugar que en la cultura tienen las nuevas generaciones respecto a los adultos. La infancia es situada incuestionablemente en una relación de dependencia y subordinación que se complementa con la idea de una transformación en una temporalidad  lineal hacia el destino final de adulto. Estas concepciones se expresan en los conceptos de maduración y desarrollo evolutivo y en la generación de tecnologías educativas a través de las que  padres, docentes y terapeutas  aseguran la llegada al “deseable estado de adultez”.

En las prácticas terapéuticas, tanto en sus aspectos políticos como poéticos,  esta entrelazado el magma de significaciones instituyentes de la sociedad de la que el terapeuta forma parte. Sus categorías definen esferas de inteligibilidad que visibilizan algunos fenómenos e invisibilizan otros. Por ello, la supervivencia de creencias y prejuicios pueden aparecer  revestidos con ropajes científicos y  propiciar la subordinación a los fines adaptativos y disciplinarios.
Hace varias décadas que  psicólogos, educadores, padres y la sociedad en general  denuncian  la falta de límites como  la causa de la “descomposición social”. En el imaginario social está instalado que el cumplimiento adecuado de las funciones parentales garantiza hijos más sanos y felices y que los problemas de nuestros jóvenes son las nefastas consecuencias de la destitución de la autoridad de los padres.
Para algunas teorías es el ejercicio de la  función paterna la que establece el corte y  permite al niño el ingreso al lenguaje y con él a lo social. Para otras el síntoma es expresión de una “incongruencia jerárquica” entre el niño y los padres. Las categorías función materna y función paterna han contribuido a distinguir las operaciones subjetivantes de las personas reales que las encarnan sin lograrlo totalmente, marcan a la función de corte, de límite, como necesaria para la socialización.
En los discursos sociales el  niño es situado en la familia,  en la escuela o en el estado dando cuenta de que concebimos a la  infancia como una institución entre las instituciones: familia – escuela – estado. De este modo son nominados  como “niños” o “alumnos” o “menores” según  la institución que los “produce” de modo tal que  su  voz queda excluida. Es el que  “todavía no es”, el que necesita se tutelado por que nace desamparado. El que todavía no  piensa,  solo tiene “ocurrencias” que  se festejan y así se cancela su valor como pensamiento. Estas prácticas estimulan un mecanismo de pensamiento por el que el niño solo debe  llegar a pensar lo que “ya se sabe”, aprender a pensar lo que ya está pensado (supuesto saber) y si  difiere de ello será tratado como una desviación.
La función de las instituciones será modelar el pensamiento del niño: no solo se trata del incesto sino también de los modos de relación con los padres, con los otros, con las rutinas y con su propio cuerpo. Deberá pensar lógicamente según el “principio de realidad”, cancelar sus fantasías, separar sus deseos, pensar según las normas, distinguir la ley del padre y LA LEY.
Sin embargo, el niño resiste a las capturas. Su potencia no se pierde. A veces puede verse disminuida por estas máquinas de captura, pero siempre hay algo que excede que hace fallar a la máquina, que escapa y traza líneas de fuga. Lo que excede es  la vida, es “una vida” la que resiste a la captura.
El niño se expresa, y su expresión singulares un pliegue de lo múltiple. Aun cuando se exprese en el ámbito de eso que nominamos “lo íntimo”, su familia o su escuela,  él es un niño entre otros niños y en él se expresa toda la historia de la infancia. Creo que podemos afirmar que toda trama íntima es política.

 

2 – Familia:

Es difícil pensar “qué es” una familia hoy. La pregunta no es por el “ser” sino por el “hacer”. Son las prácticas las que producen efectos y crean sentido. La pregunta que me hago es ¿Qué “hace” familia hoy?
La familia no es una sustancia, no es una cosa, es un concepto. Con el concepto sobre imponemos una representación de lo real para después exigirle a la realidad que se comporte como tal. El concepto de familia no hace familia como diría Spinoza: “El concepto de perro no ladra”[iii].
Es necesario romper  el sustantivo. En este caso hablo del sustantivo  “familia”, ya que no se trata de una forma, o estructura u organización. No es una cualidad atribuible a los sujetos, es el acontecimiento efectuándose. La familia sería un “efecto” de un proceso, de unas prácticas en un campo de intensidades. Es armar un cuerpo con otros en un devenir constante.
La familia no es un interior, es un pliegue del afuera  atravesado por múltiples líneas no familiares. “No existe un momento en el que el niño no esté ya inmerso en un medio actual que recorre, en el que los padres como personas sólo desempeñan el papel de abridores o de cerradores de puertas, de guardianes de los umbrales, de conectadores o desconectadores de zonas. Los padres siempre están en posición en un mundo que no resulta de ellos.”[iv]
Nuestras teorías suponen que los padres son el modelo sobre el cual se construyen todos las demás relaciones de la vida. Sin embargo no hay un momento en que un niño, como singularidad que es, no esté “en el medio”. Atribuimos a los padres, y especialmente a la madre, funciones inaugurales  sobre cuya forma se vinculará con su medio. Un medio que concebimos formado por objetos con los que se relacionará. Sin embargo un medio se compone de cualidades, de sustancias, de fuerzas y acontecimientos. Los propios padres no son objetos son también  medio que el niño recorre que sólo adquieren una forma personal y de parentesco como representantes de un medio en otro medio.
La propuesta es salir de las correspondencias de forma, de la primacía del logos y de la organización o estructura para desfamiliarizar la clínica en general y la de niños en particular.
Esto no niega que en nuestras sociedades se organiza sobre la base de la familia como lugar destinado también al cuidado   como maquina destinada al fin de socializar y reproducir la cultura de Pienso que las prácticas que crean a la familia son las prácticas de cuidado. El cuidado es una dimensión decisiva de las prácticas familiares, ya que éste constituye la condición de posibilidad del conjunto. Sin embargo, no hablo de búsqueda de completud, vinculada a la carencia, hablo de una operatoria de presencia mutua que constituye la potencia instituyente del cuidado.

 

3- Arqueología – Cartografía.

Otro tema central en la clínica es cómo pensar la historia. Deleuze propone una práctica no arqueológica sino cartográfica.
“Lo propio de la libido es rondar la historia y la geografía, organizar formaciones de mundos y constelaciones de universos, derivar los continentes, poblarlos de razas, de tribus y de naciones. ¿Qué ser amado no envuelve paisajes, continentes y poblaciones más o menos conocidos, más o menos imaginarios?”
Las teorías psicológicas conllevan prácticas para historiar vinculadas a la arqueología. Es una concepción memorial, conmemorativa, monumental. Esta siempre referida a personas o a objetos que existieron en un pasado y de los que la memoria se apropia. La búsqueda es como una flecha que se va hundiendo de arriba hacia abajo por capas superpuestas.
Es una historia personal que se refiere a mi padre, mi madre etc. Busca el origen, los objetos sepultados, caminando por caminos ya trazados, constituidos por  las huellas de la memoria o incluso del olvido. Intenta  hacer  un calco, una copia que represente lo más fielmente posible el pasado. Único, en el sentido de uno: no singular.

A diferencia del calco,  los mapas se superponen de tal modo que cada cual encuentra un retoque en el siguiente, en vez de un origen en los anteriores: de un mapa a otro, no se trata de la búsqueda de un origen, sino de una evaluación de los desplazamientos. Cada mapa es una redistribu­ción de callejones sin salida y de brechas, de umbrales y de cercados, que va necesariamente de abajo arriba.
No sólo es una inversión de sentido, sino una diferencia de naturaleza Ya no tiene que ver con personas y objetos, sino con trayectos y devenires; ya no es un inconsciente de conmemoración, sino de movilización, cuyos objetos, más que permanecer sepultados bajo tierra, emprenden  vuelo.

Se fundamenta en «las cosas de olvido y los lugares de paso» por tanto no vuelve, deviene. Es el mapa mismo un viaje. Como la escultura, cuando deja de ser monumental para volverse hodológica: sigue los caminos que le confieren un afuera, funciona sólo con curvas no cerradas que dividen y atraviesan el cuerpo orgánico, no tiene más memoria que la de la materia prima. Sus trayectos exteriores dependen en primer lugar de los caminos interiores a la propia obra; el camino exterior es una creación que no  preexiste a la obra, y depende de sus relaciones internas.

“No sólo la escultura, sino toda obra de arte comporta una pluralidad de trayectos, que sólo son legibles y sólo coexisten en el mapa, y cambia de sentido según los trayectos que se eligen. Esos trayectos interiorizados no son separables de unos devenires. Trayectos y devenires se hacen presentes unos dentro de los otros; convierte en sensible su presencia mutua, y se define así, invocando a Dioniso como el Dios de los lugares de paso y de las cosas de olvido”.

La clínica

«Los síntomas son como pájaros que llaman a picotazos en la ventana. No se trata de interpretarlos, sino más bien de identificar su trayectoria, ver si pueden servir de indicadores de nuevos universos de referencia susceptibles de adquirir una consistencia suficiente para invertir la situación.»

1- La Clínica de niños es una práctica cartográfica.

Deleuze hace referencia a Deligny para pensar en este tema. Fernand Delingy (1913 1996) uno de los grandes referentes en el campo de la educación social francesa y un gran desconocido en los países de habla hispana. Del grupo de Tosquelles, Guattari, Jean Ouri, vivió un tiempo en La Borde[3]. Instaló en Cévennes, en una casa que había comprado Félix Guattari en medio de la montaña, una clínica para alojar a niños diagnosticados como autistas derivados por Françoise Dolto y por Maud Mannoni. Su objetivo era ser y estar próximo a esta “etnia singular” como él los  llamaba,  sin demasiadas ideas preconcebidas,  sólo con el proyecto de cuestionar la consideración de ellos como  gravemente psicópatas, ineducables, irrecuperables.
La vida cotidiana se organizaba en la naturaleza, al ritmo de lo que ellos habitualmente hacen, regidos por la necesidad imperiosa  de una errante inmutabilidad.  Relaciona esta forma nómade de vivir con la de las etnias arcaicas, especialmente por los caminos que trazan en sus recorridos cotidianos, al estilo de lo que sucede en algunas tribus que  realizan recorridos no operativos, de desplazamientos libres. Deligny dibuja los mapas de los recorridos de cada niño. Sigue sus trayectorias singulares y hace mapas de sus movimientos día tras día.  Se superponen así en el dibujo  sus líneas habituales (Líneas duras), sus líneas de inercia, sus bucles, sus arrepentimientos y retrocesos, todas sus singularidades y también lo inesperado (líneas de fuga).
Los mapas que podemos trazar no solo son de extensión, de trayectos espaciales, podemos trazar mapas de intensidad, que expresan las constelaciones afectivas que sustentan el movimiento.
En la clínica con niños estamos compelidos a hacer mapas tanto de  sus movimientos como  de sus afectos e intensidades. Los dos mapas, el de los trayectos y el de los afectos, remiten uno al otro”.
En un mapa los trayectos, las líneas no son representativas ni figurativas, se van trazando a medida que se transforma el paisaje. Cuando leemos las trayectorias del niño desde cualquier teoría preconcebida hacemos calcos no mapas. Tratemos de no convertir el mapa en calco. Tratemos de componer cada vez, de generar un encuentro singular. El encuentro no responde a ninguna nosografía o concepción de estructura profunda. No remitamos lo que dice o hace el niño a  estructuras conocidas a categorías preexistentes o a teorías preestablecidas. No asumamos que ese dibujo “representa” a su padre o a su madre. Tal vez no se trata de objetos, se trata de afectos, de intensidades. Los dibujos, los gestos, el deambular en el espacio o en el juego o en la conversación son expresiones que buscan salida. Interpretar es atrapar, es sofocar la singularidad.

Es la  hegemonía del significante (único- central) lo que se pone  en cuestión. Las semióticas gestuales, mímicas, lúdicas, son un trazo intensivo que se pone a trabajar por su cuenta, recobran su libertad en el niño y se separan del «calco», es decir, de la competencia dominante de la lengua del educador. Un acontecimiento microscópico que trastorna el equilibrio del poder local.
Sin embargo no se trata de oponer el mapa el calco. Hay composiciones muy diferentes, mapas-calcos, rizomas-raíces con potencias de producción diferentes. “Existen estructuras de árbol o de raíces en los rizomas, pero, inversamente, una rama de árbol o una división de raíz pueden ponerse a brotar en rizoma. El punto de referencia no depende aquí de análisis teóricos que impliquen universales, sino de una pragmática que componga las multiplicidades o los conjuntos de intensidades. En el corazón de un árbol, en el hueco de una raíz, o en la axila de una rama, un nuevo rizoma puede formarse. O bien es un elemento microscópico del árbol raíz, una raicilla, la que comienza la producción del rizoma”[v].

2- La Clínica de niños es una práctica revolucionaria. 

Se trata de liberar la vida de sus estancamientos.
El niño resiste a  las capturas. Gran parte de los motivos de consulta son quejas de los adultos por la manifestación de esta resistencia: no obedece, no aprende, no se comunica, etc. Pero suponen que algo “falla” en el niño. Estos son los picotazos en la ventana de los que habla Guattari. Podemos correrlos a escobazos o seguir sus trayectorias. ¿A dónde nos llevan? ¿Qué otros mundos posibles trae?
¿Cómo amplificar esa voz, abrir el espacio para que se  despliegue?
Estamos en un campo,  de afectos, de intensidades,  de fuerzas por tanto es  una tarea micropolítica, que está al acecho de ese pequeño gesto, que se abre paso en el rostro duro del discurso adulto y nos arrastra a  otros territorios con toda la fuerza del deseo.
Procuremos que nuestras maneras de intervenir se alejen del disciplinamiento y de toda forma de control del otro.

La  infancia transporta las fuerzas que transforman el statu quo; transporta lo nuevo, la creación y por lo tanto comporta un actor sustantivo de cambio social. No es ya pensada como en la visión de la socialización como algo que hay que adaptar y moldear al orden adulto, sino que representa la posibilidad de su superación.

“Una sociedad no se define tanto por sus contradicciones como por sus líneas de fuga, se fuga por todas partes y es muy interesante intentar seguir las líneas de fuga que se dibujan en tal o cual momento. Ante un sistema que pretende bloquear el deseo, circunscribirlo a las líneas segmentarias, que pretende que cada individuo aparezca «modulado» por una misma frecuencia, lo que hay que hacer es ver qué líneas de fuga se presentan o cuáles se pueden construir, por dónde puede abrirse paso lo inesperado, el acontecimiento, el «devenir revolucionario» que produzca una transformación”.[vi]

3- La clínica con niños es técnico- artística.

Hay en Argentina una convicción popular: “Cuidado con los niños: ellos lo dicen todo”. Y es cierto, son temores fundados. Los niños expresan, se expresan, son practicantes natos de la parresia[4].
La última consideración  de Foucault[vii], consiste en designar a la arriesgada práctica cínica de la parresia como conformadora de vida.
Como lo hace el arte el niño crea, no imita. Resiste a las capturas.
La función del arte es resistir. Expresar lo que no puede ser expresado, atreverse a decir lo que no debe ser dicho.
El arte como el lugar de la irrupción de lo que está por debajo, de lo que en una cultura no tiene derecho o, al menos, no tiene posibilidad de expresión que ha sido silenciada por la fuerza de los signos y los significantes.

Así como el arte toma segmentos de lo real y los desterritorializa para convertirlos en enunciadores parciales de lo que no puede ser dicho. La clínica deberá ayudar a liberar el potencial creativo de expresión y enunciación que ha sido silenciado. Abrir paso a la “ocurrencia”, al “disparate” a la “locura” para armar nuevas redes  como forma de resistencia ya que la función de la red es resistir y crear.[viii]
En resumen un  encuentro devendrá  terapéutico si  libera la potencia creativa.

Nos definimos como hombres y mujeres mortales. La infancia en cambio orienta la temporalidad hacia el principio, hacia la generación de la vida y su potencialidad renovadora. Allí está el comienzo, el natalicio, lo que nace, lo nuevo que busca emerger. Por eso deberíamos definirnos como hombres y mujeres natales. No abandonar sino volver a la infancia, lo que es un retorno al comienzo generador de la vida y su capacidad inmanente de emerger para cambiar y re-encantar el mundo.[ix]


[1] FOUCAULT, MICHEL (1986). VIGILAR Y CASTIGAR. Madrid: Siglo XXI Editores. p. 86

[2] Neologismo con origen en la Deconstrucción acuñado por Jacques Derrida, en su texto La farmacia de Platón  y utilizado hoy en lingüística y sociología, que hace referencia al privilegio de lo masculino en la construcción del significado.

[3] Grupo  de psiquiatras que encabezaron (influidos por los movimientos políticos que cristalizan en mayo del 68) en Francia un importante movimiento  revolucionario de las prácticas institucionales en salud mental. La clínica de  La Borde  dirigida por Guattari fue un lugar de concentración en la que se refugiaron muchos de ellos y se gestaron movimientos  políticos comprometidos con la transformación social y  de las instituciones psiquiátricas en particular.

[4]En la retórica clásica, la parresia era una manera de «hablar cándidamente o de excusarse por hablar así». El término está tomado del griego παρρησία que significa literalmente «decirlo todo» y, por extensión, «hablar libremente», «hablar atrevidamente» o «atrevimiento». La palabra parresía aparece por vez primera en la literatura griega en Eurípides (c. 484-407 a.C.) Parresía es traducida normalmente al castellano por “franqueza”. Etimológicamente, parresiazesthai significa “decir todo”. Foucault desarrolla la idea de la parresia como práctica para el cuidado de sí (ética). Practica vinculada al ejercicio de la libertad y la función crítica.

[i] La Revolución científica es una época asociada principalmente con los siglos XVI y XVII en el que nuevas ideas y conocimientos  transformaron las visiones antiguas y medievales sobre la naturaleza y sentaron las bases de la ciencia moderna.  De acuerdo a la mayoría de versiones, la revolución científica se inició en Europa hacia el final de la época del Renacimiento y continuó a través del siglo XVIII (la Ilustración). Se inició con la publicación en 1543 de dos obras que cambiarían el curso de la ciencia: De revolutionibus orbium coelestium (Sobre el movimiento de las esferas celestiales) de Nicolás Copérnico y De humani corporis fabrica (De la estructura del cuerpo humano) de Andreas Vesalius.

[ii]BUSTELO GRAFFIGNA, Eduardo. NOTAS SOBRE INFANCIA Y TEORÍA: UN ENFOQUE LATINOAMERICANO. Salud colectiva,  Lanús,  v. 8,  n. 3, dic.  2012.

[iii]COREA C e LEWKOWICZI. PEDAGOGÍA DEL ABURRIDO Escuelas destituidas, familias perplejas. Editorial Paidós, Buenos Aires, 2004

[iv]DELEUZE G. LO QUE DICEN LOS NIÑOS Texto extraído de «Crítica y clínica» págs. 89/97, editorial Anagrama, Barcelona, España, 1996. Edición original: du Minuit, París, 1993.

[v] Rizoma

[vi]  Deleuze Gilles, “Postdata a las sociedades de control”. En Conversaciones. Valencia, 1995. Editorial Pretextos.

[vii]Michel Foucault, Hermenéutica del Sujeto, trad. Fernando Álvarez-Uría, Ediciones de la Piqueta,  Madrid, 1994.

[viii] Deleuze abecedario R resistencia