[dropcap type=»circle» color=»#ffffff» background=»#555555″]A[/dropcap]lgunas situaciones  en estos últimos años  conmovieron mis ideas vinculadas a la práctica de la terapia  de familias con niños.

En primer término algunos cambios que podría denominar epidemiológicos:
1- Hubo un cambio notable en la prevalencia de los diagnósticos de niños.
En la década de los 1990 al 2000 el ADD como síndrome ocupa uno de los primeros lugares en el  diagnóstico de problemas infantiles. Comparativamente en la última década ese primer lugar fue ocupado por el TGD. Podríamos arriesgar algunas hipótesis: ¿son modas  diagnósticas? ¿Son creaciones de los laboratorios?  Si bien ambas respuestas  podrían ser  afirmativas, también se relacionan con  la impronta  de cada década: en los  ‘90 irrumpen en la escena los video juegos, decenas de canales de TV de todo el mundo y el nuevo “deporte” del zapping, la globalización y con ella la inmediatez todo sucede ya y en un mismo tiempo. La hiperestimulación y la híper información exigen una hiperatención.

 

Por otro lado, la última década se caracterizaba por la aparición de Internet y la ampliación de la acción a distancia en la que la vida esta intermediada por la PC.
Navegar, comprar, vender, comunicarse, trabajar, socializar, jugar, estudiar, amar, todo online y en un click. No es de extrañar que los síntomas distintivos del TGD sean: el encierro, la dificultad de comunicarse con otros y de usar socialmente el lenguaje.

 

2- El problema de los límites. La crisis de autoridad
Cada día llegan al consultorio niños designados como “faltos de límites”. Niños que portan consigo el señalamiento de una falla en sí mismo o en sus padres como explicación suficiente de la dificultad que atraviesa.
“No sé qué hacer con este niño” dicen los padres. “Este niño no se adapta a las normas escolares” dicen los docentes. “El problema es de la escuela”,  dicen los padres. “El problema son los padres”,  dice la escuela.
En el imaginario social está instalado que el cumplimiento adecuado de las funciones parentales garantiza hijos más sanos y felices y que los problemas de nuestros jóvenes son las nefastas consecuencias de la destitución de la autoridad de los padres.
Hace varias décadas que  psicólogos, educadores, padres y la sociedad en general  denuncian  la falta de límites como  la causa de la descomposición social.
Estos discursos se fundan en teorías de la modernidad, relatos del patriarcado que  naturalizan a la familia como lugar privilegiado para la producción de  seres disciplinados que van reproducir la cultura dominante. Para algunas teorías es el ejercicio de la  función paterna la que establece el corte y  permite al niño el ingreso al lenguaje y con el a lo social. Para otras, el síntoma es expresión de una “incongruencia jerárquica” entre el niño y los padres. Ya sea que hablen del padre o de los padres marcan a la función de corte, de límite, como necesaria para la socialización.
Las categorías función materna y función paterna han contribuido a distinguir las operaciones subjetivantes de las personas reales que las encarnan (sin lograrlo totalmente)  pero resultan insuficientes ya que duplican la división del sistema sexo/género.
En las prácticas terapéuticas, tanto en sus aspectos políticos como poéticos,  esta entrelazado el magma de significaciones instituyentes de la sociedad de la que el terapeuta forma parte. Sus categorías definen esferas de inteligibilidad que visibilizan algunos fenómenos e  invisibilizan otros. Por ello, la supervivencia de creencias y prejuicios pueden aparecer  revestidos con ropajes científicos y propiciar la subordinación a los fines adaptativos y disciplinarios.(1)
Sin embargo, el fin de la modernidad no es el fin del mundo, es el fin de “un mundo”.
No es el fin de “la familia”, es el fin de un modo de pensar lo familiar. Pero si es cierto que no podemos abordar la familia actual con teorías de la modernidad.
Es necesario buscar otras claves de lectura.

 

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Dos situaciones clínicas: *

 

Santiago (3AÑOS):
Las maestras están preocupadas por que Santiago golpea a otros chicos y no obedece normas. La consulta se desencadena con  un episodio en el que el niño se niega a asistir a la clase de música: “Es muy aburrida tu música seño”. Los otros chicos se empezaron a plegar a la iniciativa de Santiago y también se niegan a asistir. La maestra, con buen criterio,  le pide que traiga un CD con la música que a él le gusta. Y Santiago trae temas que grabó con su papá, un ejecutivo exitoso aficionado al Rock pesado, y que distan mucho de las canciones infantiles habituales.
La madre es dueña de un instituto de estética también de primer nivel. Viajan 3 o 4 veces en el año a Miami de  Shopping: “Somos compradores compulsivos” dicen.
Los padres de Santiago siguen los consejos de los profesionales en todo lo que respecta a su salud, es atendido por los mejores especialistas de la ciudad, lleva una dieta muy saludable, asiste a talleres de arte,  de iniciación deportiva, de juego y socialización. Cuando bebé fue estimulado tempranamente siguiendo los lineamientos de la colección americana “Bebe Einstein”.
La puesta de  límites va de acuerdo a las pautas epocales: lo invitan a “reflexionar sobre lo que hizo”. Le explican  y esperan que entienda y acepte las normas.
El está siempre “muy cuidado”. Los celulares de todos en red y siempre encendidos. La cámara de la PC o del celular les permite verse en cualquier momento,  estén en Nueva York  en  Japón  o en la habitación de al lado.
La madre en sesión dice: “nuestra vida transcurre frente a una pantalla. Pasamos del Ipod al Iphone y de ahí a la play, a la Wii o a la tele. Estamos todo el día juntos y casi no nos tocamos… ¡qué digo tocarnos, ni nos miramos!…”

 

Me pregunto: ¿Cómo es esta presencia sin cuerpo?, ¿esta conexión distante?, ¿este  contacto sin tacto?
¿Qué cuerpos, qué subjetividades se moldean hoy? ¿Qué nuevas estéticas relacionales podemos experimentar hoy?
Algunas  cuestiones que se repiten e insisten  en la experiencia con padres en la clínica de niños,  hacen pensar  que  estas cuestiones  trascienden la particularidad del caso. Se trata de nuevos procesos de subjetivación que incluye no solo a padres, hijos sino a todo un colectivo social y a sus prácticas micro y macropolíticas y a sus  tecnologías.

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2- Hernan: 3 años consultan por síntomas que fueron diagnosticados por diferentes profesionales como TOC, en otro caso como ADD y en otro como TGD.
El pediatra y las maestras coinciden en que es un problema de límites. “¿Qué hacer cuando la palabra no alcanza?” dice la madre.
Hernán dibuja un grupo de mariposas dos más grandes y dos más pequeñas. La terapeuta pregunta: ¿es una familia de mariposas? El niño dice: “no, las mariposas no forman familia. Se hacen solas.” y cuenta el proceso de crisálida a mariposa.
La terapeuta le pregunta si él cree que un niño puede vivir sin una familia. El niño dice enfáticamente mientras da vueltas en una silla giratoria sin parar:
“Imposible, un niño necesita una familia. Si se te perdió la familia no puedes quedarte quieto ahí. Tienes que moverte y buscar una familia. Para que te cuiden y te protejan de los malos. Para que te pongan una curita si te pica un pato por ejemplo…”

 

¿De qué nos hablaba Hernán? ¿Cuál es el concepto de familia que nos trae?
Qué procesos de subjetivación están articulándose hoy que conmueven las categorías de la psicopatología individual, de la mirada educacional y de los alcances de lo familiar.

 

Parece que cuanto más temblor se produce en estas estructuras más énfasis se pone en los límites. Como si se tratara de silenciar  cualquier mensaje de cambio, de sofocar los intentos de  desacato a las normas, de disciplinar a los rebeldes. ¿Qué orden  se vería  amenazado si escucháramos en vez de sancionar?
La  “cultura adulto-céntrica” muestra al niño  como un ser incompleto, inmaduro, irracional, dependiente al que lo mejor que le puede pasar es crecer para llegar a ser: un adulto racional, autónomo, dueño de sí mismo. Para este trabajo la sociedad cuenta con  sus dispositivos de producción la familia y la escuela y, si estos fallaran, la psiquiatrización o la cárcel.
La familia humana no es natural, es una institución y como tal es un hecho social.
En el siglo XX y comienzos del XXI  hubo cambios culturales que impactaron fuertemente en las familias y generaron nuevos vínculos, nuevos modos de aprender, de ser y estar en el  mundo. Nuevas relaciones espacio tiempo que se intentan resumir como sigue:

 

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(*)Las situaciones clínicas son ficticias construidas a partir de tópicos frecuentes y significativos de las consultas.

 

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Cambios de la familia del siglo XX y comienzos del XXI Eventos:

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  • Con la salida de las mujeres al mercado laboral se produce una  ruptura en la división entre lo público y lo privado. Múltiples instituciones cumplen roles educativos con los hijos.
  • Con la aparición del divorcio, el matrimonio como sacramento pierde fuerza simbólica y la pareja conyugal deja de ser centro sobre el cual se fundamenta la idea de familia. Conyugalidad y parentalidad se disocian.
  • Aparecen diferentes formas de constituirse en familia: familias monoparentales, parejas sin hijos por elección, familias ensambladas, homoparentales etc.

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Y esto trae consigo  cambios en las relaciones:

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  • La estructura familiar ya no supone lugares, funciones ni jerarquías fijas.
  • Caída de las diferencias generacionales: el adulto no siempre es el que más sabe ni el más fuerte
  • Caída de las funciones parentales ligadas al género. Ya no hay exclusividad en el desempeño de funciones emocionales y afectivas en las mujeres, y normativas y de sostenimiento económico en los hombre.
  • La ruptura del binarismo sexual con la visibilización de múltiples sexualidades así como las nuevas tecnologías reproductivas (neoparentalidades) jaquean sistemas de creencias relativos a la organización del parentesco, la articulación entre deseo y filiación.
  • Las nuevas técnicas de comunicación digital trastoca identidad en mutación; sedentarismo en migración; profundo en lo extenso; lo íntimo en una extimidad abierta y desprejuiciada; y el pasado, presente y futuro se funden en una contemporaneidad “pos- histórica y pos- geográfica.(2)

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En poco más de una década lo que era real, sólido, seguro, perdurable y nacional, se volvió virtual, flexible, ambiguo, frágil, líquido, evanescente y global. Hoy las diferencias no son opuestos por tanto no solo hay un modo u otro; hay un modo y otro, y otro y otro: hay múltiples modos.
Denunciar todo lo que está en mutación de dirección desconocida como algo nocivo, negativo, desviado, patologizándolo por confrontar lo establecido no parece ser una alternativa. Desde el esquema nostálgico o apocalíptico sólo nos queda extremar las medidas disciplinarias y de control.
El sujeto moderno situó al niño en la familia o en la escuela. Un niño es ante todo hijo o alumno (según lo pensemos producido por la familia o por la escuela) y al igual que lo que sucedió con “el loco” fue excluido. Excluido de la participación en los discursos silenciando su voz por lo que pasa a ser hablado, representado, tutelado por otros. El niño y “el loco” desde esta perspectiva tienen mucho en común.

 

Hay algo en los niños que resiste pero que también resiste en los padres. Hoy adultos y niños se relacionan de otro modo. Se establecen nuevas prácticas de cuidado aún cuando muchas veces se ejercen en secreto para sustraerse de la mirada crítica del otro.
Francoise Dolto(3), en La Causa de los Niños expresa: “Para el adulto, es un escándalo que el ser humano, en estado de infancia, sea su igual”.

 

Lo que resulta insoportable de la infancia es su absoluta inmanencia(4). Es una inmanencia sin lugar ni sujeto. No se aferra ni a una identidad ni a una cosa, sino simplemente a su propia posibilidad y potencialidad. Es capaz de prestar atención a aquello que no está escrito. Está  a la escucha del ser y de la posibilidad de abrir una infinidad de mundos posibles. Lo que caracteriza al infante es que él es su propia potencia.

 

La infancia encarna el saber rebelde contra el orden instituido. Transporta lo nuevo, la creación y por tanto no puede ser  pensada  como algo que hay que adaptar y moldear al orden adulto, sino que representa la posibilidad de su superación. Los niños no reproducen el orden adulto, sino que  en un proceso en donde re-elaboran, interpretan, crean un nuevo orden de significaciones.
No se trata de evolucionar imitando al adulto sino de un devenir adulto. Un pintor, dice Deleuze(5), no “representa” un pájaro; es un devenir-pájaro, que sólo puede hacerlo en la medida en que el pájaro esté deviniendo otra cosa, pura línea y puro color. En la imitación no hay cambio ni movimiento. Ningún arte es imitativo.
Sí, la infancia cambió, cambiaron los modos de cuidado. Estos nuevos modos de cuidado proponen:
1- Límites fundantes en lugar de límites limitantes.
Fundan una relación en la que el otro tiene lugar.
Son potenciadores, facilitadores.
La palabra del niño es escuchada en toda su potencialidad y posibilidad.
Cuidan la experiencia del niño.

 

2- Regulaciones.
No se trata de que todo valga. La relación entre un padre/madre y su  hijo es singular.
No se trata de establecer reglas universales. Se trata de efectuar regulaciones al interior de un vínculo. Los lugares predeterminados no nos sirven para enfrentar la singularidad. No es carencia de normas ni de sentido. Es sentido colectivo.

 

3-Mutualidad asimétrica.
La relación padre hijo es bidireccional, tienen influencia mutua.
Está regulada de manera recíproca a pesar de la asimetría evolutiva.

“Dejemos que los chicos nos enseñen, permitamos que nos interroguen. La propuesta es reencantar el mundo, volver a la infancia. Allí esta el comienzo, el natalicio, lo nuevo que busca emerger. En lugar de pensarnos como seres mortales con una temporalidad lineal y finalista que orienta a la muerte, pensarnos como seres natales, orientando la temporalidad hacia el principio, hacia la generación de la vida y su potencialidad renovadora”.(6)
El proceso terapéutico apunta a la resolución del sufrimiento psíquico, a la liberación de la potencia creativa. Entonces no silenciemos a los niños, amplifiquemos su voz. Es la tarea micropolítica del terapeuta, permitir que las potencias emerjan y produzcan transformaciones. Así esta tarea podrá trascender la dimensión individual para insertarse en el flujo de las trasformaciones históricas y participar de las esperanzas colectivas.

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Bibliografía
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(1)Blestcher, F.  Las nuevas parentalidades y el temblor de las creencias. Artículo de revista en formato electrónico disponible en: http://www.elpsicoanalitico.com.ar/num13/subjetividad-blestcher-nuevas-parentalidades-creencias.php
(2)Peirone, F. 2012. Mundo extenso. Mexico.  Edit. Fondo de cultura económica.
(3)Dolto, Francoise. 2004 “La causa de los niños”. Buenos Aires. Edit. Paidós.
(4)Agamben, g. 2011.  Infancia e historia. Madrid. Editora.Adriana Hidalgo
(5)DELEUZE, G. 1996  Critica y Clinica. Edit. Anagrama
(6)Agamben op cit

 

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